SHAKÁVAL
Los muchachos
aparecieron, con la piedra que se había vuelto transparente, en una cueva
parecida a la que habían estado.
La
iluminaron y vieron que había un hueco en la pared del tamaño de la piedra que
tenían en su poder.
Siguieron
mirando, y también vieron inscripciones en las paredes; pero estaban en un
idioma que desconocían, el élfico. En éstas ponía cosas como: “La
Piedra Multicolor, una piedra para encontrar a las demás... prevenir de los
dragones... dominar a Ilrahtala… y viajar a otro mundo”. Como no entendían
aquel idioma, decidieron salir de la cueva. Kevin, la guardó entonces en su mochila. Después, los exploradores siguieron adelante y encontraron
también una gruta con estalactitas y estalagmitas. Ésta no tenía puente, sino algo mejor. Abajo, en el suelo, corría un pequeño riachuelo semejante a un arco iris, aunque con colores diferentes. Los
mismos que la piedra emitió cuando la encontraron.
Los
tres chavales siguieron por el riachuelo, y éste los llevó a la salida de la
cueva. Allí, el agua del arroyo se volvía transparente y se unía a una cascada
que caía desde más arriba.
Pasaron
al otro lado de la salida, y comprobaron que aquel lugar no era el mismo por el
que entraron. Como ya suponían, no se encontraban en el mismo lugar.
Tenían
hambre, y pronto anochecería. Así, que pensaron que lo mejor era encender un
fuego, junto al río.
Ya
tendrían tiempo mañana de averiguar donde se encontraban.
Kevin
fue en busca de leña y Éric se quedó junto a su hermana, buscando en la mochila
la caja de cerillas. Poco después, el primero volvió con la leña y el segundo
encendió el fuego. Luego, Susan ensartó el pescado en pequeñas ramas finas y lo
hizo a la brasa… le salió delicioso.
Se comieron
todo el pescado que sus estómagos admitieron, y bebieron un poco de agua de sus
cantimploras, y luego decidieron, que las guardias las harían sólo chicos.
Cada
uno haría dos, de dos horas, alternándose ambos, para poder descansar.
La
primera la hizo Kevin. Susan y Éric enseguida se quedaron dormidos.
El
muchacho al permanecer en silencio, logró escuchar varias cascadas. El ruido
que hacía el agua de éstas, resultaba tranquilizador.
Como
pronto anocheció, no tuvieron tiempo de inspeccionar la zona. Fue
por eso, que en un principio pensaron que sólo había una cascada.
Pasaron las dos horas, por el reloj de Kevin, y antes
de quedarse dormido, despertó a Éric para que hiciera su guardia:
-No te preocupes por los ruidos. No te alejes
de aquí. Y sobretodo… no te quedes dormido.
-Tranquilo, sabes bien que puedes confiar en mí.
Éric,
aunque se moría de ganas de inspeccionar la zona, no lo haría. Se lo había
pedido su mejor amigo, y no lo defraudaría.
El
tiempo para él se hizo mucho más largo, pues le desesperaba estar allí, quieto
y aburrido; y sin poder charlar con nadie.
Dos
horas más tarde, despertó a Kevin... Y dos horas después, ocurrió justo lo
contrario. La última guardia fue interminable para Éric. Al final, no pudo
aguantar y se quedó dormido.
Al
aparecer los primeros rayos de luz, algo húmedo tocó la cara de Susan, e hizo
que ésta se despertara. Cuando abrió los ojos, llegó a pensar si aún estaba
soñando. Lo que había sentido sobre su cara era el lamido de algo parecido a un
caballo.
Lo observó en silencio y boquiabierta. Sobre la cabeza tenía un cuerno y
parecía muy amigable. Era un unicornio… Una especie de caballo, muy inteligente
y amante de la libertad.
Sólo
se dejaban montar por alguien puro de pensamiento y obra, y se mostraban
nerviosos si se les acercaba o atacaba alguien malo.
Con
la magia de su cuerno proyectaban un aura mágica que los protegía a ellos y a sus
jinetes de cualquier ataque.
Había
otros dos más. Estaban dentro del río bebiendo agua. Cada uno era de
un color distinto. El que la lamió, era blanco. Los otros: uno color ocre,
y el otro, negro azabache.
Uno
de ellos relinchó y provocó que Kevin y Éric despertaran. Al verlos, no
creían lo que tenían delante. Susan advirtió a los chicos, con un susurro:
-No os mováis, ni hagáis ningún ruido, tened
cuidado o se marcharán.
Eran
muy bonitos y sociables (al menos con ella). Por eso, no quería que se
fueran.
Kevin
cogió un poco de hierba fresca y fue acercándose, despacio, hacia el de color
ocre. Cuando estuvo a su lado, le ofreció la hierba sobre la palma de la mano,
y el unicornio la comió. Se aproximó aún más, y le acarició el cuello. El
unicornio se dejó, y luego, se agachó para que el chico lo montara. Él sin
ningún reparo, lo hizo.
A
Susan le sucedió prácticamente lo mismo con el blanco, sin embargo, con el
negro no. Era algo más bravo, y Éric tampoco le inspiraba demasiada confianza.
Al final, al ver que los otros unicornios se acercaban al chaval, decidió hacerlo,
tranquilamente, también él.
El
unicornio notó que ambos tenían un espíritu aventurero y libre, así que dejó
que Éric lo montara.
Los
hermanos y Kevin se dejaron llevar por los unicornios, que los llevaron a través
del río. Este, en algunas zonas, apenas alcanzaba un palmo de agua.
Los
chicos, con sus mochilas a la espalda, vieron entonces, las enormes cascadas
que la noche anterior escucharon.
Era
un espectáculo hermoso para la vista.
Siguieron
río abajo… poco después, Kevin, que marchaba delante, notó que su unicornio
percibió algo. Los otros dos, enseguida, lo notaron también; parecía que algo o
alguien se acercaba.
De
pronto, aparecieron dos seres sobrenaturales, pero a su vez hermosas…que se
pararon frente a ellos, y les preguntaron:
-¿Quiénes sois?
-Somos tres chicos, que nos hemos perdido en este
bosque -respondió Kevin.
-¿Y vosotras? -preguntó Éric, intrigado.
-Somos náyades, y custodiamos este río -respondieron
las dos jóvenes.
-¿Náyades, nunca escuché nada parecido? -preguntó
Susan.
-Somos las ninfas de los ríos -respondieron las féminas.
-No me habéis aclarado mucho, pues tampoco sé
nada sobre ellas -expresó Susan, algo confusa.
-Ninfas somos todas las deidades femeninas de
la naturaleza; las de los ríos y fuentes somos náyades. Nuestras amigas del mar
son las nereidas. Las del bosque son dríades; y existen algunas más, como las de
la selva -contestaron las náyades.
-¿Podríais decirnos donde estamos? -preguntó
Kevin.
-Claro, se encontráis en el río cristalino. El
río que atraviesa el bosque iluminado. Y venís de las cataratas de la ilusión,
donde aparece el arco iris de los ocho colores, detrás del cual hay una cueva.
Se
encontráis en el continente de Babylon, el único y gran continente de Shakával;
el mundo mágico donde ahora estáis -les explicaron.
-Ahora estamos, aún más confusos -dijo Éric, que
no entendía nada.
Kevin
dijo, entonces:
-Algo está claro, la piedra que encontramos es
una piedra mágica, y fue ella la que nos trasladó a este mundo.
-Es cierto, y os trajo
hasta aquí, a través de la cueva de Draicen. Ese lugar es un portal entre
vuestro mundo y el nuestro. Tanto la piedra como él fueron creados por
el dios neutral Draicen, para mantener un equilibrio entre las fuerzas del bien
y del mal.
-Entonces, ¿no podemos volver a nuestro mundo
con nuestras familias? -preguntó Susan, entristecida.
-Sólo podréis volver, si reunís otras piedras
mágicas… las Dragonstones -respondió una de las náyades.
-Y… ¿cómo las conseguiremos?
-preguntó Kevin.
-Con la ayuda de La Piedra Multicolor.
La que os trasladó a este mundo.
Dejaos
llevar por los unicornios. Ellos os llevaran al valle donde viven; un lugar
donde siempre hay algún elfo silvano. Encontrad uno, y os guiará hasta su
pueblo, Silvanya. Allí os ayudarán. Nosotras no podemos hacer más por vosotros.
-Lo tendremos en cuenta -respondió Kevin.
-Gracias por la información -dijo Susan.
-Adiós y mucha suerte -contestaron las
náyades.
-Adiós -se despidieron los tres chicos.
Kevin,
Éric y Susan siguieron río abajo. Más tarde, los unicornios se apartaron del
río para ir hacia la parte este del bosque. Al cabo de unas horas, llegaron
donde acababa. Allí, justo al lado, estaba el valle de los
unicornios.
En él había mucha hierba fresca. Estaba situado, entre el bosque iluminado,
al oeste; el bosque de ignion, al este; las montañas de los halcones gigantes,
al norte; y las montañas del reino enano de Zenoria, al sur.
Lejos,
en el valle, había muchos unicornios, de varios colores. Cerca de uno de ellos,
vieron a alguien. Se acercaron a él, y Kevin le preguntó:
-Hola, ¿eres un elfo silvano?
-Sí, lo soy -respondió, tras sonreír-. Esperad
un momento. Después, me preguntáis lo que queráis. Ahora tengo que atender a
esta cría de unicornio, que acaba de nacer -el elfo se los mostró-. Además, su madre tiene que descansar.
Ésta era la montura del elfo. Él le tenía un cariño especial y
solía cuidarla muy bien.
El elfo terminó con el pequeño unicornio…
entonces, les preguntó:
-¿Queréis pasar la noche conmigo?
-Pues sí, no tenemos otra alternativa. El día
ha pasado y la noche llega -respondió Kevin.
-Mientras coméis, podemos hablar. Confío en
vosotros, pues ningún unicornio se deja montar si no es por alguien de buen
corazón. Y habéis venido montados en uno cada uno -les comentó,
con mucha razón. A continuación, se presentó a los chicos-. Oídme, me llamo
Isilion; ¿y vosotros?
-Ellos son: Susan y Éric… Son hermanos y mis
amigos. Y yo soy Kevin -los tres saludaron al elfo.
-Bueno, ya que hemos hecho las presentaciones…
será mejor que preparemos algo para comer, antes que nuestros estómagos se
quejen -observó.
-De acuerdo -respondió Susan.
Isilion
era elfo. Pertenecía a una de las razas más antiguas de Shakával. Podían llegar
a vivir hasta dos mil años...
De
ciento treinta y ocho, en apariencia, era tan joven como cualquier hombre
de unos veintiocho.
Los
elfos amaban las artes y la naturaleza, y eran excelentes arqueros, aunque, evitaban
la lucha mientras podían. Les gustaba: cazar, cantar, bailar, y celebrar
fiestas. Y, además del humano, hablaban un idioma propio..
Isilion
pertenecía a los elfos silvanos, la raza elfa más extrovertida; y la menos
arrogante.
Solían
tener un físico esbelto y delgado. Medían como él, alrededor del metro con ochenta centímetros; y todos eran ágiles y tenían los sentidos muy desarrollados.
La
mayoría eran atractivos, de rasgos delicados, caras delgadas, ojos grandes y rasgados,
y labios llenos. El color de sus cabellos, que siempre llevaban largos, podía
ser cualquiera. A excepción, del pelirrojo, que era muy escaso.
Su
principal característica eran sus orejas puntiagudas.
Él tenía el pelo largo, liso y rubio; y solía llevarlo suelto. Aunque en
ocasiones, como era habitual en los elfos silvanos, lo llevaba recogido. Además,
de un bonito pelo, tenía unos grandes y expresivos ojos marrones.
Podían
alcanzar a ver, de veinte a treinta metros en la oscuridad. Pero, lo
sorprendente era… que tenían la peculiaridad de presentir lo que pasaba, o lo
que podía pasar.
Vestía ropa de cuero blando, color marrón claro, anaranjado; unos guantes y
unas botas marrones, y una capa verde hoja, con capucha. Iba armado con un arco
bendecido de los elfos y una espada corta.
Mientras
comían, Kevin le preguntó por su pueblo:
-¿Dónde está Silvanya?
-Está a casi un día de aquí, en lo más
profundo del bosque iluminado. Para llegar debemos cruzar el río
cristalino y parte del bosque -le contestó Isilion. Después, les preguntó a
todos:
-¿Por qué queréis saber donde está mi pueblo?
-Para llevar allí La Piedra Multicolor.
Nos dijeron que allí nos ayudarían -respondió Susan.
-Ahora estoy seguro. Sois los chicos de la profecía.
Cuando os vi con esas pintas, lo presentí… pero ahora que sé que tenéis esa gema, no cabe
ninguna duda de que lo sois.
Mañana
os llevaré hasta mi pueblo, donde seguro os ayudarán -les dijo,
mientras acababan de comer-. Podéis dormir tranquilos. El valle de los
unicornios suele ser un lugar tranquilo. La magia de ellos, lo protege -dicho
esto, todos durmieron plácidamente.
A
la mañana siguiente, despertaron con las fuerzas renovadas. Así que rápidamente
recogieron sus cosas, para dirigirse a Silvanya.
Isilion
subió a su unicornio, ya recuperada.
Era
bellísima, con el cuerpo color cobrizo; y las crines y la cola color crema.
Todos
montaron en sus unicornios e iniciaron la marcha. La cría de unicornio los siguió;
sin retirarse en ningún momento, de su madre.