viernes, 31 de octubre de 2014

Capítulo 22 de Dragonstones 1



Sierpe Dragón


EL BOSQUE DE DRACONIA


Estaban todos a punto de entrar en el bosque de draconia, cuando de pronto, Éric exclamó algo:
-¡Mirad, Kevin, Susan… en el cielo!

Cuando el grupo miró hacia arriba, se llevaron una gran sorpresa. Un enorme dragón rojo volaba por encima de ellos…

-¡No sabía que fueran tan grandes! -comentó Kevin.
-¡Pues, los hay mayores aún! -les hizo saber Isilion.
-Estamos cerca de su territorio. Su hábitat está en una región al sur de este bosque. Y muy cerca de donde nos encontramos, está el cementerio de dragones, un lugar donde las más viejas de estas criaturas van para poder morir en paz, junto a sus antepasados. Pero éste no está aquí por eso… si piensas como uno de ellos, seguro que este bosque es un buen lugar para conseguir comida -explicó Silvan a los muchachos.
-Espero que no nos haya visto -expresó Gúnnar, que no le quitaba la vista al dragón.

Para desgracia del grupo, el enano estaba equivocado. Éste los había visto. Sólo, que esperaba divertirse un poco, antes de atacarlos. Sabía del “miedo al dragón”, y lo aprovechaba, para jugar con ellos. Más tarde, les haría saber que los había visto, y, cuando éstos corriesen hacia el bosque, se lanzaría en picado sobre ellos.

Instantes después, la bestia roja inició su juego. Poco a poco, fue bajando de altitud, y cuando se encontraba lo suficientemente cerca, gritó:
-¡¡¡¡Os he visto!!!! -y dio un fuerte rugido.


El grupo, que lo había visto descender, temió lo peor. Y, eso mismo, fue lo que sucedió. El dragón les hizo saber que los había descubierto.

Silvan gritó:
-¡Todos hacia el bosque! -y, corriendo a toda prisa, todos se dirigieron hacia él.

El dragón se lanzó en picado, tras ellos, y a continuación, exhaló una gran llamarada de fuego. Ésta, casi alcanzó a Gúnnar, que marchaba el último, y a Alan, que iba justo delante.
Al notar el fuego cerca de ellos, cambiaron el ritmo, y hasta lograron adelantar a alguno de los demás.

Al fin, consiguieron alcanzar el bosque. Allí estarían a salvo, pues los árboles eran tan altos y espesos, que los perdería; ya que debido a su gran tamaño, no podía entrar.
Su única posibilidad era incendiar algunos árboles. Pero, no le serviría de mucho, porque ellos seguirían avanzando entre los demás. Y como él no podría distinguirlos, debido al espesor del bosque… tendría que incendiarlo todo. Y no merecía la pena. De modo, que tuvo que darse por vencido.

El grupo siguió corriendo por el bosque… y no pararon hasta que se sintieron a salvo.

-¡Por qué poco nos hemos salvado! -exclamó Éric.
-Sí. Estuvo muy cerca -dijo Justin.
Decírnoslo a mi y a Gúnnar, que aún olemos a chamuscado! -expresó Alan, mirando al enano. Y todos comenzaron a reír.

Se encontraban en una zona del bosque, muy verde. Incluso, el suelo y los troncos de los árboles estaban cubiertos de musgo y verdina.

Susan se hallaba sentada sobre una piedra, también llena de éste, cuando… detrás de ella, apareció un enorme ojo que se abría y cerraba. Kevin que lo vió, se quedó observándolo un momento. Cuando tomó consciencia de lo que era, se puso pálido como la nieve. Estaba invadido por el pánico… sin embago, consiguió decirle a Susan:
-Muévete despacio y sin hacer ruido, hacia mi. Y no mires atrás.
-¿Por qué… no puedo hacerlo? -preguntó Susan intrigada. Le parecía misterioso que Kevin le hablara susurrándole, y con aquella expresión de terror.
-Por favor, sólo has lo que te digo.

La muchacha lo obedeció, pero estaba asustada.

El ojo la siguió, moviéndose sigilosamente.
Entonces, todos supieron lo que el chico había visto.

-Es una sierpe dragón -dijo Eléndil, en voz baja.
-¿Una sierpe qué? -preguntó ella, mientras se volvía para mirar a su espalda. Cuando vio la criatura que tenía detrás, dio un gran grito, y salió corriendo; a igual que los demás.

Pero en esta ocasión, no les serviría de nada correr…

Una sierpe dragón era una serpiente gigantesca de color verde, que solía medir unos cincuenta metros de larga, por casi dos de ancha; pero que tenía la punta de la cola, de un dragón, y la cabeza se asemejaba a la de un cocodrilo. Tenía además, cuatro patas de lagarto, que le ayudaban a desplazarse, rapidísimo.


Al tiempo que monstruo los perseguía, movía los árboles del bosque, provocando un horrible estrépito y un enorme ruido, que parecía provenir de todas partes.

Justin preguntó a Eléndil:
-¿No puedes utilizar algo de tu magia, contra él?
-¡No creo! ¡Pero de todas formas, no tendría tiempo para pronunciar las palabras con la concentración adecuada! ¡Antes, me comería! -le respondió a gritos, el mago.
-Entonces… ¿qué podemos hacer? Nos está cogiendo.
-Seguir corriendo -le contestó Eléndil.

Justo, cuando la sierpe dragón estaba alcanzándolos, y a punto de comérselos… sin saber como, fueron rescatados con unas lianas, desde lo más alto de los árboles.
Mientras subían por ellas, vieron que una multitud de pequeñas flechas, volaban desde lo alto de los árboles, en dirección a la sierpe dragón. Sin embargo, aunque no le hicieron nada, no los siguió.

Cuando llegaron donde acababan las lianas, se encontraron con unos seres que parecían una mezcla de pequeños ositos y koalas; y con una civilización asentada en lo más alto de aquellos enormes árboles.

-Gracias por salvarnos -dijo Silvan, cuando se encontraron frente a aquellos seres.
-No importa. La sierpe dragón también es nuestra enemiga -habló un de ellos.
-¿Quiénes sois? -preguntó Éric.
-Somos eawoks. Se encontráis en Éawak.
-¿Por qué vivís aquí, en la copa de los árboles? -continuó preguntándole Éric.
-Es el único lugar al que no puede subir la sierpe dragón. Porque, las ramas de los árboles se lo impiden, ya que no cabe entre ellas. Hace tiempo que lo sabe. Por eso, ya ni se molesta en intentarlo.

El grupo se encontraba en una gran plataforma situada alrededor del tronco de uno de aquellos árboles. Las lianas, que salían de la copa de éstos quedaban al borde de la plataforma.
Justo al lado del tronco, en el centro de ésta, había una casa.
Todos los árboles tenían una con una casa. Así, vivían los eawoks.
-Por cierto, ¿cómo te llamas? -le preguntó Susan.
-Áhowa -respondió el éawok, que antes les habló.
-¿Queréis venir a ver a nuestro rey? -les preguntó Áhowa.
-Sí. Sería un honor -comentó Mialee.

A través, de unos puentes colgantes, hechos de madera y lianas, que unían unas plataformas con otras, llegaron hasta la casa del rey.

Áhowa le dijo:
-¡Hola papá!
-Hola hijo -lo saludó el rey.
-¡Pero, si eres el príncipe de los eawoks! -exclamó Tristan.
-Pasad dentro. Soy Shada.
-¡Hola! -saludaron todos.
-¿Y mi hermana? -le preguntó Áhowa a su padre.
-Ha salido un momento, a visitar a una amiga suya que está enferma.
-¿Qué está enferma? -preguntó Susan.
-Sí -respondió el rey.
-Láslandriel podría curarla. ¿Verdad Laslan?
-Bueno, podría intentarlo -respondió el ángel.
-Entonces, os llevaré donde se encuentra la princesa Dreiya.

Tras pasar de unos árboles a otros, al final, llegaron al lugar donde se encontraba ésta.
Entraron en una pequeña casa, y la encontraron junto a una cama, en la que se encontraba la amiga enferma que había venido a visitar. Además, se encontraban, muy preocupados, los padres de ésta, acompañándola.

-Hola hermana. ¿Qué tal se encuentra tu amiga?
-Hola hermano. Desde que enfermó está igual. No ha mejorado.
-Mira, he venido con unos amigos a los que rescatamos de la sierpe dragón. Dicen que tal vez puedan curarla.
-¿Es cierto eso que dice mi hermano? -preguntó Dreiya, que había perdido casi toda la esperanza.
-Déjame verla. Si puedo, la curaré -dijo Láslandriel.



El ángel, entonces, se situó junto a la cama, y comprobó el estado de la éawok. Luego, puso una de sus manos sobre el pecho de la enferma, y la otra sobre su frente. Momentos después, la muchacha éawok comenzó a abrir los ojos.
Dreiya y los padres de la muchacha, no cabían en sí de alegría. Así, que le agradecieron enormemente que la hubiera sanado.


Horas después, la muchacha estaba totalmente restablecida. Debido a ello, los eawoks prepararon una gran comida para agradecérselo al grupo. Pero, no tenían nada que agradecerle. Ya que ellos antes, los habían rescatado de acabar en el estomago de la sierpe dragón.


Momentos después, todos reían y disfrutaban de la comida. Pero, no tardó en llegar la noche, de modo, que se retiraron a dormir. Aquella sería la última que podrían descansar; pues no podían perder más tiempo. Debían hallar la piedra verde antes que sus enemigos, y ayudar a Longoria en la batalla que se produciría.



A la mañana siguiente, todos estaban descansados y con las energías renovadas. Debían partir de inmediato, sin embargo, les gustaría haber pasado algún tiempo más allí. Los eawoks eran muy amigables y generosos.
El haber vivido en lo alto de los árboles, había sido una experiencia que no les había ocurrido antes. Sólo los dos elfos, vivían de forma parecida.
Así que, con mucha pena, se despidieron de los eawoks y prosiguieron su viaje, por el bosque de draconia.

viernes, 10 de octubre de 2014

Capítulo 21 de Dragonstones 1



Eldaron



LA DECISIÓN DE ELDARON





Poco antes de que robaran La Piedra Multicolor al grupo, en la isla de Loft, Eldaron había estado viendo en un espejo tan grande como una persona y rodeado de motivos élficos de plata, todo lo que iba ido sucediendo en Shakával. Pudo comprobar como los caballeros del caos atacaron y robaron La Piedra Multicolor al grupo. Esa visión le hizo tomar una decisión. Por eso, mandó llamar a Vanya.



Éste acudió enseguida.

-Habéis solicitado mi presencia. ¿Qué deseáis majestad? -preguntó, algo preocupado.

-A través de mi espejo mágico élfico de Loft he visto lo que está sucediendo en los distintos lugares de Shakával.

-Y… ¿qué es majestad?

-Este mundo se encuentra frente a una gran amenaza. Y, aunque se ha formado una alianza entre longorianos y silvanos… la balanza aún se inclina a favor de las fuerzas del mal, según he podido comprobar. Ellos también tienen dos ejércitos, y juntos alcanzan una cifra de combatientes mucho mayor que la que defenderá Longoria. Pero tenía la esperanza de que el grupo que acompañaba al portador de La Piedra Multicolor, y que buscaba la piedra verde, consiguiese esa Dragonstone y se hiciese con la fuerza de los dragones verdes.

-Señor, ¿les ha sucedido algo, que le haya hecho perder la esperanza que tenía depositada en ellos? -preguntó, intuyendo lo que había sucedido; pues, los elfos tenían esa cualidad.

-Vanya eres el general de mis tropas. Muchos son los años que has pasado a mi lado, y puesto que me conoces muy bien, sabes leer en mis ojos y en mi alma. No te puedo guardar secretos. Por eso te he llamado. Para decirte que La Piedra Multicolor ya no está en poder de ese grupo. Fueron atacados por los guerreros del caos; esos que sirven como muchos otros al elfo oscuro Ízmer. Consiguieron robársela. De modo que, no sabemos quien se hará con la piedra verde. En cualquier caso, para cuando lleguen los dragones, la guerra ya habrá comenzado. Por eso, he decidido enviar a nuestras tropas a ayudar a los longorianos.

-Pues pueden considerarse afortunados. Porque, pocas son las ocasiones en las que los altos elfos hemos ofrecido nuestro ejército a una causa que no sea la nuestra.

-En cierto modo, esta causa también nos incumbe, porque… esta batalla no sólo es entre Longoria e Ízmer; sino que es entre el bien y el mal, y nosotros siempre estaremos del lado del primero.



Así fue como Eldaron le hizo saber a su general porque tenían que acudir a esa guerra.







Vanya no perdió más tiempo, y fue en su pegaso a recorrer la isla de Loft, para informar a todos los elfos que había repartidos por ella.

La tarea le llevó cierto tiempo, pues solían vivir en casas sueltas, o en pequeñas aldeas. Y había muchas.

Aunque, no en todas, los elfos sabían luchar; no hacía falta, bastaba con que supieran utilizar un arco y montar un pegaso. Desde el aire, necesitarían poco más. Ya lucharían en tierra, los que supieran hacerlo. Se dijo.



De modo, que el general regresó a palacio. Allí, tenía el ejército del rey. Cuando se reunieran los elfos que había visitado, serían un gran número.







Vanya no tuvo que esperar mucho. Poco a poco, fueron llegando a palacio, los elfos montados en pegasos.



Una vez estuvieron todos, les fueron entregados los trajes de batalla y las armas. Además, el Rey Eldaron les deseó buena suerte, y les pidió que dejaran el honor de los altos elfos muy alto.



Instantes después, cinco mil de ellos, montados en sus pegasos, levantaron las armas arriba y gritaron:

-¡Honooooor!



Entonces, Vanya les dijo a todos:

-¡Volemos hacia Longoria a luchar contra los elfos oscuros!



Dicho esto, levantó el vuelo en su montura, y los cinco mil altos elfos le siguieron.



Los guerreros y sus pegasos cubrieron aquél cielo con sus tres soles, y dejaron atrás la isla de Loft.

viernes, 3 de octubre de 2014

Capítulo 20 de Dragonstones 1






EL PASO DE HIELO




Tras dejar Vampiria, y parar para comer y dormir un rato durante el día, el grupo que custodiaba La Piedra Multicolor, siguiendo su camino, llegó a un río… Era el yúln.



Decidieron parar un momento, para que tanto sus monturas como ellos mismos se refrescaran un poco.

Mialee era la que más necesitaba aquel descanso.

Aunque los ángeles la sanaron, se sentía cansada, y aún con sueño; pero el agua le devolvería la vitalidad que antes tenía.



Lana aprovechó la parada para acercarse a Silvan que estaba lavando su espada en el río.

-¿Qué tal os fue en el castillo? -le preguntó, intentando iniciar una conversación.

-Pasamos un mal rato. Prefiero luchar mil veces contra los vivos, que tener que enfrentarme de nuevo a los No-Muertos.

-¿Mialee se pondrá bien? -preguntó preocupada.

-Seguro. Láslandriel e Ilene la sanaron. No creo que le queden secuelas.

Esos dos no dejan de sorprenderme. Si hubieras visto las cosas que es capaz de hacer ese ángel…

-Sabes... estoy arrepentida. Cuando esas vampiras nos atacaron en el desfiladero, sólo fui capaz de cubrirme con la capa para volverme invisible. No tuve el valor de enfrentarme a ellas.

-No te preocupes. Ninguno de nosotros pudimos hacer más de lo que hicimos. No pienses en ello -la tranquilizó.







Por otro lado, Kevin estaba acariciando a su unicornio cuando Susan se acercó al suyo que estaba bebiendo justo a su lado.

-Pobres unicornios… no están muy acostumbrados al frío. Seguro que lo pasarán mal en el Paso de Hielo.

-No serán los únicos. Mira allí, esas montañas cubiertas de nieve son enormes, y por lo que dice Silvan, tardaremos dos jornadas o más en cruzarlas... Y tendremos que viajar de noche, porque si paramos, nos moriremos de frío -le explicó Kevin.

-Así es, pequeña -le aseguró Eléndil, que se había acercado hasta los dos-. He cruzado ese paso en alguna ocasión, y no todos pueden decir eso. Muchos, mueren en el intento. Pero nosotros quizá recibamos alguna ayuda -insinuó el mago, mirando hacia las montañas.

-¿Sabéis, que muy cerca de ese paso, al norte, se encuentran mis primos? Me gustaría poder desviarme del camino e ir a verlos a Zenoria. Allí viven la mayoría de los enanos de Shakával, aunque no son pelirrojos como la mayoría de nosotros, los enanos nórdicos -expresó Gúnnar, algo triste.

-Quizás en otra ocasión… quizás en otra ocasión -le propuso Eléndil, mientras le daba unas palmadas sobre el hombro.







Por otro lado, Tristan estaba dando a Justin y Alan unas muestras del manejo de la espada. Aunque el bárbaro podía derribarlos en un instante, ya que poseía una enorme fuerza y manejaba su espadón mucho mejor que ellos sus espadas, se contenía e intentaba explicarles como sujetar la espada, o como defenderse ante distintos ataques.


Después, sacó de su robusto caballo unas pieles que solía usar en Barbaria, dónde la nieve siempre era permanente.

Aunque todavía no la habían alcanzado, cuando dejaron el río yúln, enseguida hizo frío.



Tras abrigarse todos un poco, (algunos no tuvieron más remedio que cubrirse con sus capas), siguieron su viaje dirección a las montañas.





En un terreno que cada vez era más empinado y rocoso, vieron las primeras nieves. Todavía, se veían algunos árboles en las laderas y a pie de montaña, la mayoría cubiertos; pero en seguida, no habría ni árboles que los resguardaran del frío.





Siguieron avanzando, por un camino cada vez más abrupto y dificultoso. La nieve cubría ya todo el suelo, y los árboles escaseaban cada vez más. Un viento helado hizo de pronto presencia, y el frío comenzó a calar en los huesos de todos.

Marchaban lentamente, pero sin pausa. Ya no había árbol alguno, y se encontraban en las laderas de las montañas del norte. Allí, comenzaba el Paso de Hielo, un paso de nieve y hielo, que atravesaba la gran cordillera central, dejando al sur un valle y el resto de montañas que lo formaban.



No podían ir por éste, púes se hallaba bajo un acantilado, y no había paso alguno para bajar a él; asimismo, también estaba cubierto de nieve.



A medida que avanzaban, el paso se hacía más empinado; y al estar a más altura, el frío era mayor. Sólo Tristan y Gúnnar estaban acostumbrados a aquellas temperaturas tan bajas, algo normal, porque en Nordia acostumbraba a hacer siempre ese clima.

Sus monturas tampoco, sólo el caballo de Tristan era lo bastante fuerte para avanzar por la nieve sin dificultad y aguantaba aquel frío glacial.

Los ángeles Láslandriel e Ilene habían ido caminando, ya que aquellas temperaturas les impedían volar. Y andaban al mismo ritmo que marchaban los demás en sus monturas.



Poco después, Kevin sintió que algo húmedo le tocó la cara, eran copos de nieve.

Aunque en un principio, cayeron débilmente, enseguida lo hicieron con mayor intensidad, y para sus pesares, el viento sopló con más fuerza. No obstante, lo peor de ello vendría en las horas siguientes, pues comenzaba a oscurecer.



-Nunca imaginé que se pudiera pasar tan mal en la nieve -expresó Éric, acordándose de los momentos en los que jugaba en ella, tras una noche de nevada.

-¿Recuerdas aquel muñeco que hicimos el último invierno? -le preguntó Kevin.

-Sí, y también la batalla de las bolas de nieve -respondió Éric.

-Me gustaría volver de nuevo. Todos se preguntarán que ha sido de nosotros -reconoció Susan.

-Para ello, tendremos que reunir las ocho Dragonstones… y aún no tenemos ninguna -Kevin le recordó la cruel realidad.

-Mejor, que ni lo menciones.



Llegó la noche, y la tormenta no amainó, así que tuvieron que seguir avanzando para no morir de frío.

Por fin, tras una dura, fría y larga noche, la tormenta cesó, para dar paso a un hermoso amanecer.



-¿Cuánto nos quedará para llegar al final del paso? -preguntó Isilion.

-Hemos avanzado casi la mitad del camino. Con todo, si la tormenta no reaparece, habremos pasado lo peor -respondió Eléndil.

-Menos mal. Tengo los dedos y la cara roja, y mis pies casi no pueden dar un paso más -murmuró Lana.

-A mí me ocurre lo mismo. Tengo los músculos agarrotados, y si la tormenta no llega a cesar, creo que hubiera enfermado -susurró Susan.

-¿Recuerdas el frasco de agua que llevas contigo? -preguntó Eléndil.

-Sí, aquél que me entregó el hada del bosque iluminado -recordó Susan.

-Pues ahora es una buena ocasión para que lo utilices. Dale también, a todos los que tengan los mismos síntomas -le indicó Eléndil, muy sabiamente.



Susan no lo dudó un instante. Bebió aquella agua curativa, y le dio a aquellos que tenían síntomas parecidos. Al final, todos quedaron como nuevos, pero en el frasco sólo quedó para un pequeño sorbo.

Únicamente lo podían utilizar en una ocasión más, y no debían desperdiciarla.



En ese momento, sucedió lo que menos esperaban. Los guerreros del caos, que los habían estado siguiendo durante todo el viaje, se cansaron de perseguirlos, y decidieron conseguir la primera de las Dragonstones lo antes posible… para poner los dragones al servicio de Ízmer.

Aparecieron de la nada, montando sus corceles del caos; negros como la noche, teñidos de rojo, y con armadura y cráneo en sus cabezas.

Los corceles guiados por los seis caballeros del caos y el Señor de la Guerra, representaban una visión impresionante.

Los guerreros del caos llevaban unas pesadas armaduras que les cubrían todo el cuerpo, plateadas o negras, y con runas doradas. Éstas últimas al ser mágicas, brillaban y daban poderes a aquellas armaduras.



La mayoría de aquellos jinetes llevaban cascos semejantes a sus armaduras, e iban equipados con pesadas armas.



Tristan fue el primero que decidió hacerles frente; de modo, que se dirigió hacia ellos con su caballo.

El Señor de la Guerra al verlo, alentó a su corcel para que fuera más rápido; cogió su Martillo de la Sumisión de detrás de su espalda, y lanzó su carga sobre el bárbaro. Los seis caballeros del caos venían tras él.

Tristan sujetó fuerte su espadón de Barbaria, y siguió avanzando hacia el Señor de la Guerra.

Justo en el momento que el bárbaro iba a descargar su espadón sobre él, las runas mágicas de la armadura de su oponente emitieron una luz cegadora, que lo dejó deslumbrado. El Señor de la Guerra aprovechó el momento para descargar un golpe terrible sobre Tristan, que cayó de su caballo para no volver a levantarse.



Al ver esto, Silvan dijo:

-¡Eléndil y Lana avanzad con los chicos! ¡Isilion y Mialee acompañadlos!

-Pero, podemos ayudar -insistió Mialee.

-Son enemigos muy poderosos. Nosotros les haremos frente. Vuestros arcos no los pueden alcanzar… sus armaduras los protegen.



Justin y Alan fueron los siguientes en caer…



Silvan se dirigió entonces hacia el general de los guerreros del caos, pero éste alzó su caballo e hizo que el de su oponente lo dejara caer. El Señor de la Guerra lo evitó, y se dirigió hacia los chicos. Sin perder tiempo, los seis caballeros del caos arremetieron contra Silvan, Justin, Alan, Láslandriel e Ilene.



Los dos ángeles poseedores del saber de la luz, utilizaron la mirada ardiente de Slem. Pero las armaduras de sus oponentes, que tenían unas runas protectoras, evitaron el ataque de éstos.



El Señor de la Guerra logró alcanzar a Éric y atraparlo.



-Sé que uno de los tres muchachos que habéis venido de otro mundo, tiene La Piedra Multicolor… así que si eres tú, dámela.

-¡No te la entregaré nunca! -se atrevió a decirle Éric al Señor de la Guerra.

-¡El que la tenga que hable ahora, o mataré a éste engreído! -exclamó. Había perdido la paciencia.



Mientras esto sucedía, los caballeros del caos mantenían ocupados a Silvan y los demás… y Eléndil no podía hacer nada, o matarían al muchacho.



-Espera un momento, yo la tengo -confesó Kevin al Señor de la Guerra-, pero si la quieres, debes soltar antes a mi amigo.

-¡Crees que soy estúpido muchacho! No lo haré hasta que me hayas entregado la piedra, y me digas donde se encuentra la Dragonstone que buscáis. Y si no me dices la verdad, volveremos y acabaremos con todos.

Kevin que había visto la superioridad de los guerreros del caos, a pesar de estar en inferioridad numérica, sabía que si le mentía, la próxima vez los matarían a todos. Por ello, le entregó la piedra, y le dijo que la Dragonstone se encontraba en Aven.



El Señor de la Guerra dijo a sus caballeros que le siguiesen, y a los demás, que no soltaría al muchacho hasta que no se hallasen lo suficientemente lejos; y que lo mataría, si alguien se atrevía a seguirlos.

El grupo tuvo que ver como los guerreros del caos se marchaban sin poder hacer nada. Sólo, Láslandriel utilizó la mano curativa de Ulzah, (el hechizo del saber de la luz que siempre utilizaba para sanarlos), y Tristan se incorporó, aún dolorido.





Más tarde, siguieron adelante y encontraron a Éric. Después, los persiguieron. El camino se hizo entonces muy difícil, pues estaba al borde de un precipicio y era tan estrecho que tenían que ir en fila de a uno. Para colmo, no estaba cubierto de nieve sino de hielo resbaladizo… cualquier descuido haría que cayesen por él.



Más adelante, tuvieron que detenerse, pues los guerreros del caos habían conseguido con fuertes golpes de sus armas, que el hielo de arriba cayera sobre el paso y quedara obstruido por un muro de cinco metros de espesor.

-¿Podrías utilizar tu magia para derretirlo, maestro? -le preguntó Lana a Eléndil.

-Sí, pero aunque lo haga no alcanzaremos nunca a esos guerreros del caos, antes de que consigan la piedra verde. Así, que haré algo mejor. ¿Te acuerdas Susan que te dije que quizás recibiéramos ayuda para cruzar el Paso de Hielo? -le preguntó Eléndil, con una sonrisa en la cara.

-Sí, ¿de que ayuda se trata? -preguntó intrigada.

-Espera un momento y la verás. A continuación, hizo un sonoro silbido, que ayudado por su magia se extendió por todo el Paso de Hielo.

Tras esperar un rato, llegaron un gran número de águilas gigantes.

-Éstas son mis amigas. Con su ayuda alcanzaremos a los guerreros del caos, es más, llegaremos hasta la piedra verde antes que ellos. Pero tendremos que dejar que nuestras monturas regresen a Longoria -Eléndil, tras explicarles esto al grupo, pareció susurrar algo a su caballo. Momentos después, todos los caballos, unicornios, y el poni, lo siguieron dirección a Longoria. Por último, cada uno, excepto los ángeles, se subió a una de las águilas gigantes, que tenían una envergadura de más de nueve metros, y cruzaron volando el resto del Paso de Hielo. Las águilas no pararon de volar hasta llegar a un bosque, donde los dejaron en tierra firme.

-Gracias por vuestra ayuda -se expresó Eléndil. Y éstas iniciaron el vuelo de vuelta.



De modo, que nuestro grupo tenía ante sí el bosque de draconia, un bosque de árboles altísimos.

Al otro lado del bosque, en las montañas de la cordillera del este, se encontraba Aven, donde estaba la piedra verde. Así, que deberían cruzar el bosque a pie. Aunque, gracias a la ventaja que habían conseguido con respecto a los guerreros del caos, conseguirían llegar a Aven antes que ellos.