Autor: Ignacio Castellanos.
(Nuestras decisiones
forjan nuestro espíritu
al contrario que
nuestros pensamientos)
––Famoso dicho
Nÿmberiano
Al
atardecer ya se podía ver desde las colinas El Reino Oculto, pues así llamaban
los humanos al inmenso bosque que daba cobijo al único territorio elfo en
Calebor. Los árboles de sus fronteras eran muy altos, más altos que la torre de
un terrateniente, y la luz del sol moribundo de otoño siempre arrancaba
destellos cobrizos a sus hojas y cortezas. Del interior no llegaba sonido o
imagen alguna, solo oscuridad. Podías cruzar el bosque entero y no toparte con ningún
elfo ni con ninguna de sus construcciones; no, si ellos no querían que los
vieras. Desde el término de la gran guerra, los elfos habían anunciado su decisión
de restringir la entrada sólo a aquellos que consideraran dignos, de no ser así,
se reservarían el derecho de ejecución. Los reinos humanos poco podían hacer
contra esa ley, ya que tras la guerra, los reinos no eran tal cosa, tan solo
eran una ciudad y unos pocos señores tratando de amasar la fortuna sobrante de
la mesa de los vencidos.
Uriens
observaba lleno de sentimientos contradictorios las fronteras del bosque. Le habían
contratado para encontrar a una chica de 16 años que según fuentes poco fiables
había sido secuestrada por un elfo. El padre de la joven era el alcalde de
Villa del Siervo. Tras la guerra, la villa había extendido sus fronteras, pues
se había visto poco afectada por la guerra. Ambos bandos la habían respetado,
ya que suministraba buen cuero y flechas de calidad. Un dato importante para un
mercenario como Uriens, ya que eso quería decir que no habría problemas con el
pago, y si lograba encontrar aunque solo fuera una prenda manchada de sangre, conseguiría
bastantes monedas para aguantar las primeras semanas del invierno. Y ahí estaba
él, con su yegua negra a la que llamaba Chispa, y una larga espada atada con
tiras de cuero a la espalda y un estilete en el costado izquierdo. No buscaría
una pelea que no podría ganar, y dentro de El Reino Oculto, sabía que no podía
ganar de ninguna manera. Se ajustó bien fuerte el jubón de cuero negro, desmontó
de Chispa y la llevó por las bridas hasta el interior del bosque.
Al
principio, el camino era sencillo, sin muchos obstáculos salvo alguna roca, y raíz,
pero a escasos 100 metros,
el bosque comenzó a oscurecerse y a volverse cada vez más y más tupido. Tuvo
que detenerse en un pequeño claro, casi no podía ver ni sus propias manos.
Chispa parecía mas tranquila incluso que en campo abierto, era como si supiera
que su cuello no corría ningún peligro al contrario que el mercenario. Con algo
de yesca, un pedernal y el estilete, hizo un fuego. No temía a los salteadores
ya que ahí el único humano estúpido era él. Asó una salchicha y se la comió.
Los ojos se le empezaban a cerrar pero en seguida los abrió de par en par al
ver llegar a un ser enano encorvado, de piel gris, ojos grandes, amarillos y
saltones, y orejas increíblemente largas y picudas. Parecía ir completamente desnudo,
aunque el largo pelo de la ingle le servía como prenda natural. La criatura se sentó
frente al fuego y asó una seta.
Uriens
deslizó la mano derecha al estilete. En un abrir y cerrar de ojos podría
atravesarle el cráneo a través del ojo, lo tenía bien calculado, aunque
instintivamente borró ese plan de la mente, ya que no sabía si su visitante iba
solo, quizás era una prueba y estaban observando cómo se desarrollaba la
escena.
––Por favor sírvete tu mismo.
Le indicó
Uriens señalando una salchicha que llevaba en un retal de cuero. Intentó
esbozar una sonrisa que más parecía una mueca siniestra. El visitante lo observó
y sin mover un músculo le respondió.
––Te conocemos bien, demonio de Ivgade, el
que perpetró la mayor matanza de humanos en toda Calebor...
La
criatura no quitaba la mirada del ojo rojo derecho de Uriens y de la espantosa
cicatriz que deformaba parte de ese lado de la cara. No le molestó, estaba
acostumbrado.
––No eran humanos buenos.
––Ah...así que eres una curiosa anomalía
entre los de tu especie.
––¿Cómo dice?
––Tienes un código moral a tu manera primitiva,
si es que crees diferenciar entre alguien malo y bueno, claro está.
Uriens volvió
a esbozar una mueca siniestra y miró alrededor sopesando la situación.
––Ahora mismo estoy haciendo uso de ese
primitivo código moral
La
criatura comenzó a reír a carcajadas. De pronto paró y le habló a las sombras.
––Wisna, ven, preséntate a nuestro invitado.
Las
hojas y el musgo débilmente iluminados por el fuego, comenzaron a ondularse
hasta tomar la forma de una mujer menuda, bien proporcionada, baja aunque no
tanto como una elfa; su piel era verde, sus formas curvas y bellas, el pelo
rubio espeso y muy largo, sus ojos también eran de un verde intenso.
––No parece un peligro para El Reino
Oculto, solo parece un peligro para los de su propia especie.
Uriens
sabía reconocer a la perfección a una ninfa del bosque, estaba sorprendido, y a
la vez herido en su inteligencia, pues no había previsto que el bosque estaría
habitado por algo más que elfos. Mantuvo el rostro frío como una piedra e
intentó no mostrar ninguna emoción en la voz.
––Una chica humana, de 16 años, se adentró
con un elfo hace dos días en las fronteras de vuestro reino.
Los dos
compañeros de hoguera se observaron divertidos.
––Si es tal y como dices no vamos a
interponernos en el amor de esos dos jóvenes, aunque si como dices él era un
elfo, dudo que la trajera aquí pues a ella la expulsarían de inmediato o algo
peor... ––dijo Wisna de manera suave, atravesando con la mirada el rostro de
Uriens.
––¿Y si no era el amor lo que los movía? ¿Y
si el elfo simplemente tenía unas intenciones menos...inocentes? ––respondió impertérrito
Uriens.
La
criatura encorvada gorjeó y escupió en el suelo
––Si te hemos dejado con vida es por tu reputación.
Ligfligt (basura), pon mucho cuidado en tus palabras o...
Urines
se incorporó acercando su cara a las brasas para que sus dos compañeros vieran
bien su cara a la luz del fuego, cada pliegue, cada herida, y especialmente el
ojo rojo, brillante, furioso, terrible.
––Creo que no es casualidad vuestra
visita, creo que no sois ningún comité de bienvenida, creo que vosotros habéis
vendido a la joven a algún grupo o secta de jóvenes elfos con ganas de irritar
a sus padres con cachorros de humano... ¡ah! y déjame hacer una última deducción
fligath (mestizo) no saldréis vivos de aquí si no me decís si sigue con vida
o...
Pero no
pudo terminar la frase pues la criatura encorvada se lanzó contra Uriens. Éste,
desvió sus garras fácilmente con el estilete causándole alguna herida en sus
bulbosas manos. La ninfa se transformó de pronto en una anciana fibrosa con un único
colmillo largo en la boca, se abalanzó al costado derecho de Uriens, haciéndole
un buen agujero en el cuero pero sin apenas rozar la piel. El mercenario aferró
su melena rubia con la mano enfundada en cuero tachonado, y mientras daba una
patada brutal al rostro de la criatura mestiza reventándole la nariz repleta de
granos, introdujo el estilete en el ojo izquierdo de la ninfa haciendo que esta
se revolviera y convulsionara con él clavado hasta la empuñadura. Pero no se
detuvo a ver como moría, desenvainó la
espada larga y apuntó con su filo al sanguinolento bulto de grasa y granos.
––Aún tienes una oportunidad...
––¿De salvarme? ––dijo irónicamente
mientras escupía sangre y dientes
––De no morir como tu amiga.
––¿Crees que te dejarán salir vivo después
de esto?
––¿Crees que les importáis algo a los elfos?
se creen más elevados que cualquier otra raza, pero poseen un sentido del deber
muy parecido al de los humanos. No creo que sus panfletos sobre protección y
castigo sean extensibles a vosotros...aunque no he leído la letra pequeña, creo
que me arriesgaré.
––La chica... ––paró un momento el duende,
y escupió otro diente––, la chica que
buscabas es Wisna, la acabas de matar.
Uriens
no se esperaba eso
––A veces los hijos no son como esperas...y
me temo que la hija de tu alcalde era bella como una ninfa, porque tenía sangre
de ninfa...yo solo quería darle una vida en El Reino Oculto, vimos en ti una
oportunidad de borrar su pasado
––Sigo sin creerte.
––Ellos nunca vieron con quién se fue, solo
supusieron, y en parte supusieron bastante bien.
Uriens
estaba turbado, dolido, resentido, solo quería clavarle la espada hasta la empuñadura
al duende torcido que tenía delante por pura frustración, pero solo lo hizo en
su imaginación. En vez de eso, lo ayudo a limpiarse la cara. Cogieron a Wisna y
la enterraron entre unas piedras clavadas en la tierra acabadas en punta y
cubiertas de musgo. El duende no dejaba de llorar. Chispa comía rastrojos de
hierba que crecía entre los troncos, y mientras, el sol comenzaba a iluminar débilmente
las copas. El duende se perdió en la espesura sin mirar atrás. Uriens cogió a
Chispa por las bridas e hicieron el camino de vuelta sin encontrarse un solo
elfo, pero al fin y al cabo tampoco era tan raro no encontrarse a ninguno en la
frontera, visto así no era muy diferente de lo que ocurría en las fronteras de
las ciudades humanas.
Uriens
explicó lo ocurrido al padre de Wisna. Sin omitir nada. Fue brutalmente
sincero. En parte sentía en las tripas que debía ser así.
––Así...así que era una ninfa...no me lo
puedo creer, cómo es posible, su madre no era, no era…
––No tiene nada que ver, a veces pasa sin
más.
Al
alcalde le temblaban los bigotes, llevaba varios días sin afeitarse las
mejillas, y las ojeras comenzaban a coger forma alrededor de los ojos. Le lanzó
un saco pequeño de cuero sobre un montón de papeles repletos de sellos y firmas
que tenía sobre la mesa. Uriens lo cogió, vio que no pesaba mucho. Se giró y se
fue cerrando con suavidad la puerta. No vio que tras la puerta el alcalde
tomaba un líquido negro de un vial sin etiquetar. Poco después las campanas
anunciaban que el alcalde había muerto.