jueves, 13 de abril de 2017

Relato: La Espada Sombría.




Autor: Ignacio Castellanos.


Hacía calor, mucho calor en las tierras de Calber señor de Piedra Verde, aunque ya nada era verde en aquella miserable tierra de labranza, cubierta por un suelo infecundo, y un bosque desprovisto de caza mayor. Era un milagro que hubieran sobrevivido tantos años las 3 aldeas de que estaba compuesta Piedra Verde, sin contar la casa de Calber, viudo y con el cuerpo de su único hijo en el fondo de alguna poza del Río Rojo tras la batalla que había dado su nuevo nombre al río. El señor de Piedra Verde, ahora pasaba las largas noches bebiendo el exiguo y menguante vino aguado que le llegaba desde Nydia, contando historias de la gran guerra, la batalla del Río Rojo, de lo apuesto que era su hijo y lo bella que era su esposa, aunque ya no recordaba su cara pues había muerto con 16 años al dar a luz a su único hijo. Según Calber, su esposa, una dama llamada Renia, segunda hija de un señor menor asentado en Villa del Siervo, era baja de estatura, pero muy bien proporcionada, de cabello abundante rubio y ondulado, sus mejillas solía decir, estaban plagadas de pecas marrones al igual que su pecho, y sus ojos redondos eran muy grandes, de un azul intenso; en esta parte siempre se quedaba absorto mirando el vino de la copa, temblándole el mentón desde hacía años sin afeitar, y en cuya boca ya escaseaban los dientes. Su auditorio solía constar de dos personas, no mucho mas jóvenes que él, uno era Piwell el criado, y el otro era Saler el maestro de armas, aunque hacía muchos años que no entrenaba a ningún tipo de milicia temporal, tampoco abundaban los motivos y mucho menos los brazos, pues los pocos de que disponían se afanaban en arrancar algo que se pudiera comer de la tierra.

La única novedad en Piedra Verde, era que su señor había contratado los servicios de un caballero mercenario, Teriol el yunque, pues el blasón de su escudo era el de un yunque sobre fondo rojo, que en comparación con el de la casa de Calber, era toda una obra de arte, ya que solo constaba de un sencillo triangulo verde sobre fondo blanco. El trabajo de Teriol era sencillo, ya que solo tenía que acompañar como escolta al anciano señor cuando éste lo requiriera, y escuchar sus historias al igual que el criado y el maestro de armas. Estos dos últimos le habían dicho en tono de broma que Calber había contratado sus servicios en un intento de darse la antigua importancia de sus años de juventud. A Teriol el yunque no le importaba, llevaba mucho tiempo sin servir en una casa con las comodidades que ello reportaba, aun siendo en una tan humilde como aquella.

La casa de Calber estaba asentada sobre una loma muy poco pronunciada. Había levantado una muralla de tierra reforzada con maderos. En su interior solo había: un establo de paja y adobe, un pequeño almacén, la propia casa que era una sencilla estructura aunque amplia, cuadrada con base de piedra y de un solo piso. El interior estaba compuesto por una única sala, salvo la habitación del anciano caballero que estaba separada del resto. En la casa también solían dormir el criado y el maestro de armas.

Un día de especial calor y bochorno, Calber ordenó a Teriol que partiera al único punte que cruzaba el arroyo que bañaba sus tierras. Hacía mucho que el envío de vino proveniente de Nydia debiera haber llegado a su casa, y sin embargo se retrasaba más de lo normal. Temía que el puente se hubiera derrumbado por abandono, y que su cargamento tan esperado se demorara por culpa de un indeseado rodeo. No era necesario un caballero para aquella tarea pero a Calber aquello le hacía sentir todo un señor. Cosa que hacía mucho que no era, ya que su titulo se había reducido al de caballero poseedor de tierras al término de la gran guerra. Pero a Teriol eso no le importaba, bebía y comía bajo su techo y había recibido una orden, así que en contra de toda lógica por parte de cualquiera que no quisiera morir abrasado bajo el sol, se colocó la cota de malla, la gola de acero, las hombreras, y el yelmo que consistía en un sencillo morrión de cimera baja y sin visera. Finalmente se ajustó la coraza de cuero y colgó de la cintura su daga y espada larga. Le dijo al criado Piwel que le trajera su caballo, un animal de patas finas y largas aunque de pecho ancho y poderoso. El maestro de armas Saler le despidió con un golpe en la espalda, mientras le decía algo de cocerse los testículos bajo la lana y el cuero. Sobre la muralla, Calber lo despedía también con una mano, intentando mostrar un porte regio con su brazo tembloroso sobre el pomo de su vieja espada. Teriol se sonrió ante tal despedida, solo iba a ver un puente, pero al anciano le hacía ilusión ver partir a un hombre ataviado para la guerra desde su muralla de tierra.

Teriol el yunque cabalgó siguiendo un camino de tierra revuelta que seguía el curso del arroyo. Le caían gotas muy gordas de sudor por la cara, aunque ya se había quitado el yelmo y la capellina desde que había perdido de vista la casa de Calber. Teriol apenas rozaba los 24 años, pero parecía mayor, el rostro era algo ancho y rubicundo, sus ojos grises, el pelo rapado estaba repleto de canas, su piel, curtida y morena al igual que la cicatriz que cruzaba su nariz de mejilla a mejilla, recuerdo de el único torneo en el que había participado y del que no había salido muy bien parado al hacerle perder la pierna a un caballero de familia adinerada, la cual había contratado los servicios de unos rateros en mala forma y mal alimentados para matarlo en su tienda por la noche, pero la tienda acabó en llamas con ellos dentro, el fuego se extendió por el resto del campamento y Teriol tuvo que huir antes del amanecer. En el fondo se lo había pasado bien, quitando el incendio y el intento de asesinato claro está.

Al cabo de 2 horas de cabalgada ya podía ver a lo lejos el punte. El arroyo bajaba casi sin agua y Teriol se prometió que después de revisar el puente se metería desnudo en la poca agua que discurría por entre los cantos rodados del fondo.

Se le escapó una maldición al barrer un deseo tan apetecible de su mente cuando vio a lo lejos la figura de un caballero sobre el puente. Escupió, maldijo al caballero y al calor, y se acercó al trote. No podía creer cómo aquel hombre no se desmayaba bajo aquella imponente armadura. Se lo imaginó de manera cómica poniéndose la armadura ayudado por unos escuderos ocultos cada vez que veían llegar a alguien por el horizonte, y lo curioso es que si vio a dos chicos, de calzas grises y tabardo de lana negra, ambos de pelo castaño corto y mofletes pecosos, los dos estaban bajo la sombra de un olmo moribundo. El caballero montaba un caballo alto y fuerte, Nydio seguramente, protegido por un petral y una barda de tela acolchada. Al caballero no se le veía el rostro, tenía la visera bajada. Su armadura de placas se plegaba y ajustaba a la perfección sobre un cuerpo alto y esbelto. El acero era de color negro esmaltado en verde, haciendo que el sol arrancara destellos esmeraldas a su armadura.

Teriol no perdió el tiempo, se acercó al caballero y le gritó.

     ––Estas son las tierras de Calber señor de Piedra Verde, estáis en su puente, sobre su arroyo, obstruyendo el paso a cualquiera que quiera dirigirse a su casa.

Teriol vio el blasón de su escudo, lo conocía muy bien, haciendo que una punzada recorriera su cicatriz. Era una torre negra sobre fondo blanco, el escudo de la familia que había intentado matarle en el torneo. El caballero levantó la visera y apareció un rostro barbudo, moreno, de ojos muy saltones y oscuros. Enseñó unos dientes amarillos y habló casi gruñendo.

     ––Me llaman espada sombría. Me envían porque el señor de estas tierras acoge bajo su techo a un proscrito, asesino de nobles, su nombre es Teriol el yunque.

Teriol sabía muy bien por qué estaba allí. Miró a la lanza larga del caballero y pensó -yo no traje lanza, solo quería darme un baño y ver si el puente seguía en pie-

     ––Yo soy Teriol, y nunca he matado a nadie que no lo mereciera.

     ––A Leniol de Torre Negra lo matasteis y después os disteis a la fuga no sin antes incendiar el campamento del torneo.

     ––A Leniol lo desmonté, y su caballo hizo el resto, luego su familia intentó tomar revancha en la noche de manera poco honrosa ¿se dice así? ¿o se dice, poco honorable?

     ––¿Acusáis a la familia Torre Negra de intentar mataros a traición en la noche?

Teriol asintió lentamente con la cabeza mientras sonreía -no llevo lanza, solo quería bañarme, espero que esos dos muchachos no tengan una ballesta escondida en sus calzones sudados-

El caballero de ojos saltones bajó la visera. Teriol sabía que no querría llevarlo a juicio bajo los ojos de un señor de Calebor, ni tampoco rebatir lo sucedido en el torneo, le habían pagado para matarle, nada mas.

Teriol se ajustó la capellina en la cabeza y sobre ella su sencillo yelmo de hierro. Desenvainó su espada larga, siempre se sentía más seguro cuando la empuñaba. Estudió de arriba abajo a su verdugo. No veía ninguna brecha en su armadura, sería inútil intentar atacarlo directamente desde el caballo, y más con él cargando con una lanza larga de caballería; atacaría al costado desprotegido de su caballo. Cargó contra el puente al igual que su verdugo de negra armadura, no había mucho espacio para la carga así que la lanza y su fuerte caballo no pudieron hacer uso de toda su fuerza. Teriol logró esquivar la lanza en el último instante, luego se levantó sobre los estribos, haciendo que espada sombría levantara su escudo para cubrirse, pero Teriol hizo uso de todo su torso y brazo para descargar un brutal tajo contra el costado del aballo. El caballo se desplomó hacia la derecha llevándose consigo a los dos guerreros al río ya que Teriol había enganchado la espada entre las costillas del desgraciado animal, su propio caballo quedó trotando hasta que decidió bajar al arroyo sin a beber. Teriol estaba sobre el caballo moribundo y bajo el caballo moribundo se encontraba el caballero de Torre Negra luchando por zafarse del costado ensangrentado del caballo, pero le era imposible con el peso de la armadura y del animal, además no dejaba de entrarle agua por los orificios de la visera de su yelmo. Finalmente, Teriol logró extraer la espada, sentía lastima por el caballo, él quería y respetaba como a un fiel amigo al suyo propio, los  escuderos habían bajado al río para animar a su mentor, aunque algo inseguros y asustados a la vez. Teriol desenvainó la daga, se acercó al cada vez con menos fuerza caballero, y justo cuando iba a clavarle la daga en la ranura de su visera, recibió un fuerte golpe con una piedra que el atrapado caballero había cogido del lecho del río. Teriol le cogió la mano, y finalmente hundió la daga hasta la empuñadura por la ranura de su visera. El hombre bajo la armadura se revolvió y convulsionó unos momentos hasta que finalmente murió.

Los escuderos comenzaron a insultar a Teriol y a amenazarle, pero solo hizo falta una mirada para hacerles callar.

     ––Ayudadme a quitarle las armas y la armadura y a cargarlas sobre mi caballo o tendré que cruzaros la cara con mi guante a los dos hasta que no os reconozcan en Torre Negra.

Teriol no pensaba hacer nada de eso. Estaba muy cansado y dolorido, y dejó a los escuderos hacer todo el trabajo. Al terminar les ofreció trabajo y un nuevo techo bajo el que aprender. Resultaron ser unos simples golfos a los que el caballero de ojos saltones que por lo visto se llamaba Surlo además de espada sombría, había contratado para el viaje, y así darse importancia delante de los que quisieran cruzar el puente, que normalmente eran campesinos con un carro destartalado repleto de coles, pero juraron no ver llegar a ningún comerciante con vino, ellos solo querían atraer la atención del señor se Piedra Verde y así hacer que enviara a su único caballero.


Ahora, su señor Calber disponía de dos nuevas y jóvenes incorporaciones bajo su techo, y una armadura con la que costear las reparaciones del puente y mucho más.

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