Autor: Ignacio Castellanos.
Hacía
calor, mucho calor en las tierras de Calber señor de Piedra Verde, aunque ya
nada era verde en aquella miserable tierra de labranza, cubierta por un suelo
infecundo, y un bosque desprovisto de caza mayor. Era un milagro que hubieran
sobrevivido tantos años las 3 aldeas de que estaba compuesta Piedra Verde, sin
contar la casa de Calber, viudo y con el cuerpo de su único hijo en el fondo de
alguna poza del Río Rojo tras la batalla que había dado su nuevo nombre al río.
El señor de Piedra Verde, ahora pasaba las largas noches bebiendo el exiguo y
menguante vino aguado que le llegaba desde Nydia, contando historias de la gran
guerra, la batalla del Río Rojo, de lo apuesto que era su hijo y lo bella que
era su esposa, aunque ya no recordaba su cara pues había muerto con 16 años al
dar a luz a su único hijo. Según Calber, su esposa, una dama llamada Renia,
segunda hija de un señor menor asentado en Villa del Siervo, era baja de
estatura, pero muy bien proporcionada, de cabello abundante rubio y ondulado,
sus mejillas solía decir, estaban plagadas de pecas marrones al igual que su
pecho, y sus ojos redondos eran muy grandes, de un azul intenso; en esta parte
siempre se quedaba absorto mirando el vino de la copa, temblándole el mentón
desde hacía años sin afeitar, y en cuya boca ya escaseaban los dientes. Su
auditorio solía constar de dos personas, no mucho mas jóvenes que él, uno era
Piwell el criado, y el otro era Saler el maestro de armas, aunque hacía muchos
años que no entrenaba a ningún tipo de milicia temporal, tampoco abundaban los
motivos y mucho menos los brazos, pues los pocos de que disponían se afanaban
en arrancar algo que se pudiera comer de la tierra.
La única
novedad en Piedra Verde, era que su señor había contratado los servicios de un
caballero mercenario, Teriol el yunque, pues el blasón de su escudo era el de
un yunque sobre fondo rojo, que en comparación con el de la casa de Calber, era
toda una obra de arte, ya que solo constaba de un sencillo triangulo verde
sobre fondo blanco. El trabajo de Teriol era sencillo, ya que solo tenía que
acompañar como escolta al anciano señor cuando éste lo requiriera, y escuchar
sus historias al igual que el criado y el maestro de armas. Estos dos últimos
le habían dicho en tono de broma que Calber había contratado sus servicios en
un intento de darse la antigua importancia de sus años de juventud. A Teriol el
yunque no le importaba, llevaba mucho tiempo sin servir en una casa con las
comodidades que ello reportaba, aun siendo en una tan humilde como aquella.
La casa
de Calber estaba asentada sobre una loma muy poco pronunciada. Había levantado
una muralla de tierra reforzada con maderos. En su interior solo había: un
establo de paja y adobe, un pequeño almacén, la propia casa que era una
sencilla estructura aunque amplia, cuadrada con base de piedra y de un solo
piso. El interior estaba compuesto por una única sala, salvo la habitación del anciano
caballero que estaba separada del resto. En la casa también solían dormir el
criado y el maestro de armas.
Un día
de especial calor y bochorno, Calber ordenó a Teriol que partiera al único
punte que cruzaba el arroyo que bañaba sus tierras. Hacía mucho que el envío de
vino proveniente de Nydia debiera haber llegado a su casa, y sin embargo se retrasaba
más de lo normal. Temía que el puente se hubiera derrumbado por abandono, y que
su cargamento tan esperado se demorara por culpa de un indeseado rodeo. No era
necesario un caballero para aquella tarea pero a Calber aquello le hacía sentir
todo un señor. Cosa que hacía mucho que no era, ya que su titulo se había
reducido al de caballero poseedor de tierras al término de la gran guerra. Pero
a Teriol eso no le importaba, bebía y comía bajo su techo y había recibido una
orden, así que en contra de toda lógica por parte de cualquiera que no quisiera
morir abrasado bajo el sol, se colocó la cota de malla, la gola de acero, las
hombreras, y el yelmo que consistía en un sencillo morrión de cimera baja y sin
visera. Finalmente se ajustó la coraza de cuero y colgó de la cintura su daga y
espada larga. Le dijo al criado Piwel que le trajera su caballo, un animal de
patas finas y largas aunque de pecho ancho y poderoso. El maestro de armas
Saler le despidió con un golpe en la espalda, mientras le decía algo de cocerse
los testículos bajo la lana y el cuero. Sobre la muralla, Calber lo despedía también
con una mano, intentando mostrar un porte regio con su brazo tembloroso sobre
el pomo de su vieja espada. Teriol se sonrió ante tal despedida, solo iba a ver
un puente, pero al anciano le hacía ilusión ver partir a un hombre ataviado
para la guerra desde su muralla de tierra.
Teriol
el yunque cabalgó siguiendo un camino de tierra revuelta que seguía el curso
del arroyo. Le caían gotas muy gordas de sudor por la cara, aunque ya se había
quitado el yelmo y la capellina desde que había perdido de vista la casa de
Calber. Teriol apenas rozaba los 24 años, pero parecía mayor, el rostro era
algo ancho y rubicundo, sus ojos grises, el pelo rapado estaba repleto de
canas, su piel, curtida y morena al igual que la cicatriz que cruzaba su nariz
de mejilla a mejilla, recuerdo de el único torneo en el que había participado y
del que no había salido muy bien parado al hacerle perder la pierna a un
caballero de familia adinerada, la cual había contratado los servicios de unos
rateros en mala forma y mal alimentados para matarlo en su tienda por la noche,
pero la tienda acabó en llamas con ellos dentro, el fuego se extendió por el
resto del campamento y Teriol tuvo que huir antes del amanecer. En el fondo se
lo había pasado bien, quitando el incendio y el intento de asesinato claro está.
Al cabo
de 2 horas de cabalgada ya podía ver a lo lejos el punte. El arroyo bajaba casi
sin agua y Teriol se prometió que después de revisar el puente se metería
desnudo en la poca agua que discurría por entre los cantos rodados del fondo.
Se le
escapó una maldición al barrer un deseo tan apetecible de su mente cuando vio a
lo lejos la figura de un caballero sobre el puente. Escupió, maldijo al caballero
y al calor, y se acercó al trote. No podía creer cómo aquel hombre no se
desmayaba bajo aquella imponente armadura. Se lo imaginó de manera cómica poniéndose
la armadura ayudado por unos escuderos ocultos cada vez que veían llegar a
alguien por el horizonte, y lo curioso es que si vio a dos chicos, de calzas
grises y tabardo de lana negra, ambos de pelo castaño corto y mofletes pecosos,
los dos estaban bajo la sombra de un olmo moribundo. El caballero montaba un
caballo alto y fuerte, Nydio seguramente, protegido por un petral y una barda
de tela acolchada. Al caballero no se le veía el rostro, tenía la visera
bajada. Su armadura de placas se plegaba y ajustaba a la perfección sobre un
cuerpo alto y esbelto. El acero era de color negro esmaltado en verde, haciendo
que el sol arrancara destellos esmeraldas a su armadura.
Teriol
no perdió el tiempo, se acercó al caballero y le gritó.
––Estas son las tierras de Calber señor de
Piedra Verde, estáis en su puente, sobre su arroyo, obstruyendo el paso a
cualquiera que quiera dirigirse a su casa.
Teriol
vio el blasón de su escudo, lo conocía muy bien, haciendo que una punzada recorriera
su cicatriz. Era una torre negra sobre fondo blanco, el escudo de la familia
que había intentado matarle en el torneo. El caballero levantó la visera y apareció
un rostro barbudo, moreno, de ojos muy saltones y oscuros. Enseñó unos dientes
amarillos y habló casi gruñendo.
––Me llaman espada sombría. Me envían
porque el señor de estas tierras acoge bajo su techo a un proscrito, asesino de
nobles, su nombre es Teriol el yunque.
Teriol
sabía muy bien por qué estaba allí. Miró a la lanza larga del caballero y pensó
-yo no traje lanza, solo quería darme un
baño y ver si el puente seguía en pie-
––Yo soy Teriol, y nunca he matado a nadie
que no lo mereciera.
––A Leniol de Torre Negra lo matasteis y después
os disteis a la fuga no sin antes incendiar el campamento del torneo.
––A Leniol lo desmonté, y su caballo hizo
el resto, luego su familia intentó tomar revancha en la noche de manera poco
honrosa ¿se dice así? ¿o se dice, poco honorable?
––¿Acusáis a la familia Torre Negra de
intentar mataros a traición en la noche?
Teriol asintió
lentamente con la cabeza mientras sonreía -no
llevo lanza, solo quería bañarme, espero que esos dos muchachos no tengan una
ballesta escondida en sus calzones sudados-
El
caballero de ojos saltones bajó la visera. Teriol sabía que no querría llevarlo
a juicio bajo los ojos de un señor de Calebor, ni tampoco rebatir lo sucedido
en el torneo, le habían pagado para matarle, nada mas.
Teriol
se ajustó la capellina en la cabeza y sobre ella su sencillo yelmo de hierro.
Desenvainó su espada larga, siempre se sentía más seguro cuando la empuñaba. Estudió
de arriba abajo a su verdugo. No veía ninguna brecha en su armadura, sería inútil
intentar atacarlo directamente desde el caballo, y más con él cargando con una
lanza larga de caballería; atacaría al costado desprotegido de su caballo. Cargó
contra el puente al igual que su verdugo de negra armadura, no había mucho
espacio para la carga así que la lanza y su fuerte caballo no pudieron hacer
uso de toda su fuerza. Teriol logró esquivar la lanza en el último instante, luego
se levantó sobre los estribos, haciendo que espada sombría levantara su escudo
para cubrirse, pero Teriol hizo uso de todo su torso y brazo para descargar un
brutal tajo contra el costado del aballo. El caballo se desplomó hacia la
derecha llevándose consigo a los dos guerreros al río ya que Teriol había enganchado
la espada entre las costillas del desgraciado animal, su propio caballo quedó
trotando hasta que decidió bajar al arroyo sin a beber. Teriol estaba sobre el
caballo moribundo y bajo el caballo moribundo se encontraba el caballero de
Torre Negra luchando por zafarse del costado ensangrentado del caballo, pero le
era imposible con el peso de la armadura y del animal, además no dejaba de
entrarle agua por los orificios de la visera de su yelmo. Finalmente, Teriol
logró extraer la espada, sentía lastima por el caballo, él quería y respetaba como
a un fiel amigo al suyo propio, los
escuderos habían bajado al río para animar a su mentor, aunque algo
inseguros y asustados a la vez. Teriol desenvainó la daga, se acercó al cada
vez con menos fuerza caballero, y justo cuando iba a clavarle la daga en la
ranura de su visera, recibió un fuerte golpe con una piedra que el atrapado
caballero había cogido del lecho del río. Teriol le cogió la mano, y finalmente
hundió la daga hasta la empuñadura por la ranura de su visera. El hombre bajo
la armadura se revolvió y convulsionó unos momentos hasta que finalmente murió.
Los
escuderos comenzaron a insultar a Teriol y a amenazarle, pero solo hizo falta
una mirada para hacerles callar.
––Ayudadme a quitarle las armas y la
armadura y a cargarlas sobre mi caballo o tendré que cruzaros la cara con mi
guante a los dos hasta que no os reconozcan en Torre Negra.
Teriol
no pensaba hacer nada de eso. Estaba muy cansado y dolorido, y dejó a los
escuderos hacer todo el trabajo. Al terminar les ofreció trabajo y un nuevo
techo bajo el que aprender. Resultaron ser unos simples golfos a los que el
caballero de ojos saltones que por lo visto se llamaba Surlo además de espada
sombría, había contratado para el viaje, y así darse importancia delante de los
que quisieran cruzar el puente, que normalmente eran campesinos con un carro
destartalado repleto de coles, pero juraron no ver llegar a ningún comerciante
con vino, ellos solo querían atraer la atención del señor se Piedra Verde y así
hacer que enviara a su único caballero.
Ahora,
su señor Calber disponía de dos nuevas y jóvenes incorporaciones bajo su techo,
y una armadura con la que costear las reparaciones del puente y mucho más.
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