Bienvenidos a mi blog. Moveos por él a vuestro antojo. Cada sección, cada entrada, es una puerta a un mundo donde disfrutar sueños hechos realidad. Si os atreveis a cruzarlas ya sólo querreis regresar, para abrir otras nuevas... y dejaros llevar.
sábado, 31 de enero de 2015
Noticia. Actualizando el blog.
Hola.
Durante los últimos días se me han ocurrido varias ideas para mejorar el blog.
Las principales son las nuevas secciones, Libro vs Peli, Serie; y Bandas sonoras. Aún sin ninguna entrada. Y las de Trailers que no hecho otra cosa que agrupar los que había en varios, lo mismo que con Blog más visitado del mes. Además, como os venía diciendo he incluido la de Etiquetas, con la que aún sigo trabajando.
Otra de las ideas, era organizar mejor y con más detalles las antiguas secciones de Libros, Proyectos, y Relatos.
Creo que os gustará, porque os ayudará a ir directo a lo que realmente os interesa.
Conforme vaya colgando entradas en las nuevas secciones, el blog se enriquecerá con ello, y habrá más variedad.
Un saludo.
viernes, 30 de enero de 2015
Capítulo 34 de Dragonstones 1
PRELUDIOS DE LA BATALLA
Durante los días que habían pasado desde
que los integrantes del grupo que encontró la primera dragonstone tuvieron que
separase para ir en busca de ayuda, en Longoria, el principal reino de
Shakával, no habían perdido el tiempo. El Rey Mónckhar había preparado los
ochocientos soldados que le quedaban a su disposición para ir a la batalla.
Entretanto, sería la
reina Thora quien gobernaría; pero su hijo, el príncipe Ántrax permanecería en
el reino junto a ella… no acudiría a la batalla. Con todo, tendría que asumir
más responsabilidad como tal; porque aunque su madre gobernara, él se
encargaría de que todo lo que ella dictase, se llevase a cabo.
Las cosas en Silvanya seguían casi igual. Habían quedado tan pocos
elfos tras la Batalla de Longoria que el Rey Almare y Máblung no tenían que
preparar prácticamente nada pues el número de soldados sólo alcanzaba la cifra
de quinientos.
Susan no se había separado
de Mialee prácticamente nada desde que estaba en el pueblo elfo. Mimaba a la
princesa, aunque no lo necesitaba, pues las elfas solían llevar un embarazo
mucho mejor que las mujeres humanas, ya que durante éste se encontraban más
ágiles que ellas.
Susan echaba mucho en
falta tanto a su hermano, como a Kevin. Se preocupaba por ambos, y por los
demás amigos que había hecho desde que llegó a aquél mundo. Estaba deseando que
volviesen… aunque aquello quería decir que también llegaría la hora del ataque a
los elfos silvanos.
Véstark, el nuevo Señor de la Guerra, se dirigía hacia Sunesti.
Siguiendo las órdenes de Ízmer, había reunido una gran cantidad de tropas.
Entre ellas, no sólo había guerreros del caos; también muchas otras
criaturas creadas por el Caos. Éste era un mal que la antigua magia negra, utilizada
inadecuadamente, en desmedida, había creado en una zona de Shakával, llamada
ahora Tierras del Caos; al descontrolarse ésta por completo. De aquel lugar emanaban
vapores que contenían además de gases tóxicos, esta magia, que se hallaba en el
ambiente en forma de bruma oscura, y que todos los que se encontraban allí, al
respirarla o impregnarse sobre su piel, se transformaban, igual que quizás
sucedería en la Tierra con las armas biológicas, o una excesiva radioactividad.
Cuando llegó a Sunesti,
comprobó que su señor estaba en lo cierto. El pueblo se encontraba dirigido por
los guerreros del caos; y al mando de ellos estaba un guerrero llamado
Físterak.
Véstark enseguida lo
puso al corriente de la situación. De modo, que el general tomó el poder, sentándo su base en el pueblo. En él aún quedaban algunas gentes anteriores a la
toma, que decidieron quedarse; normalmente, comerciantes o gentes con algún tipo
de oficio o profesión. Éstas aunque tenían que pagar un tributo de las
ganancias, no tenían que soportar robos o cosas por el estilo.
En la fortaleza negra…
-Sobrino, he sabido gracias a mi esfera, que
nuestro enemigo de alguna forma se ha enterado de nuestros planes. Desde
Longoria han enviado a algunos de los integrantes del grupo de héroes que
acompañan a los chicos de la profecía en busca de ayuda. Si la consiguen, no
lograremos nuestro objetivo. Debemos enviar nuevas
fuerzas para que ayuden a los guerreros del caos, y he pensado que lo mejor
será las hordas de los orcos, goblins, snotlings y trolls. Quiero que envíes a
alguien a informarlos, y que sea rápido. El tiempo es algo que debe jugar a
nuestro favor, si queremos vencer esta batalla. Pues, si nuestros guerreros no
son ayudados a tiempo, el enemigo nos aventajará en número de combatientes…
¿entiendes?
-Sí, tío.
-Debes enviar a alguien a los Anillos de Górn.
Allí, entre esas montañas se encuentran Kórn, lugar donde viven los trolls y
los trolls de piedra; y Gobl, donde viven los goblins y los hobgoblins. Justo
por encima de estos anillos se encuentra Orc, allí deberán informar a los orcos
y los orcos negros; y algo más al norte, en Snotl, tendrán que avisar a los
snotlings.
-Creo saber a quién enviar. Si te parece, las
arpías son lo suficientes veloces para enviarles la orden con bastante premura
-aconsejó Ellorion a su tío.
-Estoy de acuerdo. Es una buena idea. Envíalas.
Los doscientos soldados, exceptuando los que se habían adentrado
en la isla, que habían desembarcado en Lásgarot, habían montado las tiendas en
la playa.
Éaguer había quedado al
mando de ellos hasta que Silvan regresara, pero su general y sus acompañantes
no lo habían hecho aún… Algo debía haber sucedido. Quedaban tan solo unas horas
para alcanzar el plazo límite que le había indicado; pero, no quiso
esperar más… Y, decidió llamar a Yúnik.
Cuando tuvo al
dragoncito verde junto a él, le dijo:
-Quiero que vayas a buscar a Kevin y los
demás, y no regreses hasta saber dónde están y qué les pasa.
-De acuerdo. Estaba deseando volverlo a ver.
Me voy enseguida a buscarlo.
El pequeño dragón
desplegó sus alas, las batió varias veces, y con un impulso de sus patas
traseras, despegó el vuelo, dirigiéndose al interior de la isla.
El grupo formado por Silvan, Kevin, Eléndil, Lana y un guardia
longoriano, viajaban a través de la asfixiante selva dentro de una jaula
transportada por un carromato que era arrastrado por una bestia enorme, llamada
estegadón. Ésta era similar a un triceratops, pero con mucho más cuernos,
sobretodo, sobre la espalda.
Tras un duro viaje, al
fin llegaron a su lugar de destino, una ciudad templo (construida en un estilo
semejante al maya), algo derruida, situada al pie de las únicas montañas que
había en la isla, y rodeada de selva.
En ella había todo tipo
de criaturas escamosas. Además de saurios, había eslizones y hombres-rana,
también llamados, bullywugs. Los primeros eran medio metro más bajos que los
saurios; con la piel casi totalmente verde, excepto el pecho, el abdomen, y su
gran cresta situada en la cabeza, que era de color naranja… e iban armados con
espadas similares a machetes, y pequeños arcos. Los segundos era más bajos aún,
y eran iguales que las ranas verdes, pero con cuerpo humano… e iban armados con
pequeñas lanzas.
Ghakan, Tristan, Láslandriel, Ilene, y alrededor de mil bárbaros
del clan de los yumerios, montados en sus robustos caballos nórdicos llegaron
a las grandes puertas del reino enano. Allí estuvieron esperando unas horas,
hasta que al fin éstas se abrieron.
Para sorpresa de todos,
ante ellos sólo aparecieron un enano montando un poni, un kender subido a otro,
y un chico sobre un unicornio; Gúnnar, Jim, y Éric.
-¿Esto es todo? ¿Qué hay de los ejércitos
enanos? ¿No irán a la batalla? -preguntó Ghakan a Gúnnar.
-Aunque creí que todo estaba olvidado. La
herida entre enanos y elfos aún sangra.
-Ya veo… Bueno, uniros a nosotros. Vamos a la
batalla.
Todos se dirigieron a
Lasg. Allí, había un pequeño claro entre el bosque oscuro y los picos grises,
que podrían tomar para dirigirse a Silvanya.
En el bosque iluminado, cerca del pueblo
gnomo…
Una vez se presentaron
a Guizbo, mientras atravesaban el bosque, le preguntaron por qué les había
ayudado.
Éste le contó que
cuando tan sólo era un bebé, jugando, se retiró de su pueblo, adentrándose en
el bosque, y se perdió. Un viejo elfo silvano lo encontró, y lo llevó consigo.
Éste lo cuidó, lo crió, y le informó sobre su procedencia y sus raíces. Aun
así, prefirió vivir con los elfos.
Pasaron los años, y un
día, el anciano elfo enfermó, y poco tiempo después, murió. Así que, entonces, decidió
dejar a los elfos e ir en busca de sus raíces. De modo que buscó el pueblo
gnomo hasta que lo encontró y volvió con sus semejantes. Entonces, supo que
sus verdaderos padres habían muerto también. Con todo, se quedó allí para
aprender de los gnomos todo lo que se había perdido durante su ausencia.
Ahora, que lo sabía todo sobre los elfos silvanos y los gnomos… ya no necesitaba
permanecer más allí. Así que cuando se enteró que pronto serían atacados, decidió ayudarlos a
escapar a ellos primero, y luego prestar su ayuda a los elfos. Además, les
contó que si todo salía bien; y tras la batalla seguía con vida, se dedicaría a
viajar en busca de la aventura.
viernes, 16 de enero de 2015
Capítulo 33 de Dragonstones 1
AMBIENTES DISTINTOS
En
la fortaleza de Ízmer, Ellorion que había avanzado mucho como
discípulo, estudiaba uno de los libros del segundo nivel de magia,
nivel que ya prácticamente dominaba, cuando fue interrumpido por su
tío.
-Sobrino,
ha llegado a la fortaleza un guerrero del caos al cual he mandado
llamar. En estos momentos se encuentra esperando junto a la puerta de
la torre. Quiero que vayas a
recibirlo,
y lo acompañes
hasta aquí.
-¿Quién
es?
-La
pregunta que debes hacerme es quién será.
-¿Quién
será?
-Espera
un momento y lo sabrás.
Poco
después, Ellorion se presentó ante su tío, junto a un guerrero del
caos.
-Bienvenido,
Véstark.
-A
sus pies, para servirle, mi señor -dijo, mientras se inclinaba
levemente ante Ízmer.
-Te
he mandado llamar porque quiero nombrarte nuevo general y Señor de
la Guerra de los caballeros del caos.
-Gracias
mi señor, es un honor para mí.
-Además,
quiero que vuelvas a las tierras del caos, prepares tu ejército, y
lo dirijas a Sunesti. El pueblo fue sometido por los elfos oscuros
que lideraba Darkice. Ahora, está custodiado como esta fortaleza,
por otros como tú. Allí, sentaréis vuestra base, y luego, atacaréis
a los elfos silvanos. ¿Queda todo claro?
-Sí,
mi señor.
Una
vez se hubo marchado, Ellorion le preguntó a Ízmer:
-¿Crees
que cumplirá, como general de los gurreros del caos?
-No
lo sé, pero necesitaba alguien que ocupara de nuevo ese puesto. Y él
era el único con posibilidades. Lo importante ahora, es que el
ejército de los guerreros del caos lance un ataque a los elfos
silvanos. Quien lo dirija, es secundario.
-Bueno
tío, te dejo. Debo retirarme y seguir con mis estudios.
El
grupo que viajó en busca de la dragonstone azul había desembarcado
en las costas del este de la isla de Lásgarot. Durante el viaje,
Kevin, que se había separado de sus amigos por primera vez desde que
llegó a este mundo, se extrañó, porque el pensaba que iba a echar
más de menos a Éric, en cambio, para su sorpresa, fue a Susan a la
que echó más en falta.
Una
vez bajaron del barco todo lo necesario para instalarse en la playa,
Silvan le dijo a Éaguer que se quedara allí con las tropas
longorianas que habían traído, mientras ellos exploraban
la isla. Y, si al día siguiente a la misma hora, no habían vuelto…
mandara al dragón de Kevin, Yúnik, para averiguar que había sido
de ellos.
Pronto,
se adentraron en la selva de Lásgaroth. Marchaban a pie, con cuatro
soldados del ejército longoriano que le hacían de escolta. Dos de
ellos marchaban delante, y los otros dos, detrás. Ninguno de ellos,
ni siquiera Silvan, había estado antes en la isla, por lo tanto, no
sabían lo que se iban a encontrar.
Pocos
minutos pasaron
cuando
los
dos guardias que marchaban delante, se toparon con algo macabro, que
les puso la piel de gallina.
Frente a ellos había calaveras de distintos tipos y tamaños,
colgadas de lianas o ensartadas en lanzas. Lo más increíble no era
eso, si no que la mayoría parecían ser distintos tipos de cráneos
de lagartos, o algo parecido. A raíz de ello, el grupo siguió
avanzando con mucha cautela. Y de pronto… encontraron algo más;
innumerables huesos esparcidos por todo el suelo, les hicieron ver la
luz. Quienquiera que habitara aquél lugar, se los había comido a
todos. Justo
después que Lana se agachara para observar algunos de aquellos
huesos, unos dardos se clavaron en la corteza de un árbol. Al
instante, aparecieron detrás de ellos, colgados de lianas, una
infinidad de seres de medio metro de altura, extremadamente delgados,
de piel bronceada, e
impregnada de barro y pinturas. Iban cubiertos sólo por unos
taparrabos, y tenían una agilidad asombrosa; además, estaban
armados con cerbatanas, puñales hechos con el colmillo de algún
animal, y lanzas… y, parecían paranoicos.
Eran
pigmeos, y eran caníbales…
-¡Corred!
-gritó Silvan.
Todos
salieron corriendo como alma que se lleva el viento, pero lograron
alcanzar a uno de los soldados que marchaban detrás.
Aunque
iban bastante rápido,
les estaban alcanzando. Por fortuna, llegaron hasta un precipicio
atravesado por un enorme árbol que llegaba hasta el otro lado del
barranco. El grupo lo cruzó velozmente,
sin mirar atrás. Una vez al ladocontrario, Eléndil utilizó su magia
para derribar el árbol, justo cuando muchos de aquellos seres
estaban
ya sobre él.
Por suerte para el grupo, muchos pigmeos cayeron por el precipicio, y
los demás quedaron al otro lado, lanzándoles lanzas, e
imprecándoles furiosos, por perder su comida.
Avanzaron
hasta quedar libres del peligro… y agotados por el esfuerzo,
cayeron al suelo, sin aliento. Entonces, se percataron que estaba
anocheciendo, por lo que decidieron pasar allí la noche.
Pronto,
encendieron un fuego para protegerse del frío nocturno de la selva,
y comieron parte de los alimentos que llevaban.
Decidieron
que los tres escoltas que quedaban, se turnarían en las guardias,
mientras Silvan, Eléndil, Lana y Kevin dormían.
Gúnnar,
Jim y Éric habían sido recibidos en el reino de los enanos nórdicos
con mucho agrado. Allí, estaban enterados de lo sucedido en
Longoria; y Gúnnar, que antes de ello, ya era considerado uno de los
tres mayores héroes entre los enanos nórdicos, razón por la cual
fue enviado a Longoria en su representación… Ahora,
pretendían nombrarlo jefe de las tropas de los dos clanes que
existían en Nordia… el clan de los pelirrojos como él,
y el de los rubios.
Éric
quedó fascinado con el reino de los enanos. Situado en la cara norte
de los picos nórdicos, el reino tenía sus puertas a pie de las
nevadas montañas; y se adentraba bajo tierra, muy hondo… tanto,
que no llegaban a oír a los gigantes que habitaban fuera, en la
superficie de los picos.
La
arquitectura enana había logrado crear bajo las montañas, dos
ciudades comunicadas por dos galerías, que se unían en el centro,
por un alcázar dirigido por el Gran Rey de los enanos nórdicos; que
era elegido tanto por los dos clanes nórdicos, como por los dos
clanes zenorianos; el clan de los morenos y el de los castaños. Los
cuatro clanes elegían entre el rey del clan de los pelirrojos, y el
rey del clan de los rubios, al Gran Rey de los enanos nórdicos. Y,
posteriormente, el puesto de rey del clan que quedaba vacante, era de
nuevo elegido por los cuatro clanes.
La
única entrada que existía al reino, a través de una galería,
llevaba a cualquiera que entrase en él, directamente al alcázar. Éste
daba la bienvenida a sus huéspedes con una sala enorme, en donde no
se alcanzaba a ver el techo, que sostenían multitud de columnas de
una manufactura impresionante.
El
Reino de Zenoria estaba distribuido igualmente que éste, aunque con
diferente arquitectura, y sus reyes eran elegidos de igual modo.
Tristan,
Ilene y Láslandriel habían llegado a Nordia. La ciudad se
encontraba en el centro del reino. Rodeada de nieve y montañas era
el único lugar que daba un tono de color entre tanto blanco. Toda la
ciudad estaba construida con roca gris extraída de las montañas. Y,
aunque la ciudad era grande, sus edificios no lo eran tanto.
Tristan
desde que se internó en los picos nórdicos, se había abrigado con
varias pieles de animales, que llevaba siempre a mano… para cuando
les fuesen
necesarias, como ahora,
en
su tierra.
La
pareja de ángeles sólo llevaban la indumentaria de siempre, de
modo, que estaban pasando algo de frío. Para colmo, mientras
atravesaban las calles de la ciudad comenzó a nevar. Así, que
decidieron ir a comprar unas pieles, que además le servirían para
ocultar mejor sus alas.
Tristan
aprovechó la ocasión para comprar unos regalos.
-¿Para
quién son? -le preguntó Ilene.
-Para
mi familia -reveló el bárbaro-. Aunque no lo creáis, tengo una
mujer y dos hijos.
-¡Vaya!
Nunca, nos dijiste nada -le reprochó Láslandriel.
-Nunca me preguntasteis -opinó Tristan.
Después
de comprar algo de comida y de cambiarle las herraduras a su
caballo,
dejaron la ciudad y se dirigieron hacia Barbaria.
Isilión,
Alan y los dos elfos habían avanzado en la dirección que les dijo
Jahnk, el hombre-árbol. Con que, pronto llegaron al límite del
bosque iluminado. En aquella zona, el bosque acababa justo cuando
comenzaba una pequeña cordillera, que mucho más adelante se unía
al Paso de Hielo.
No
habían cruzado el límite del bosque cuando pudieron comprobar la
belleza del reino de los gnomos. Frente a ellos, se elevaban varias
montañas; y a pie de una de ellas estaba la zona donde vivían.
Aquél
lugar estaba construido en la roca de la montaña. Habían hecho sus
casas esculpiendo y moldeando la roca hasta crear todo un pueblo con
sus calles. Éstas separaban los diferentes niveles en donde se
encontraban las casas y edificios, quedando así éstas
a diferente altura, según en el nivel en donde se encontrase
construida.
A
diferencia de los enanos, que vivían en el interior de la montaña,
los gnomos vivían fuera, a pie de ella. Sin embargo, también habían
trabajado la roca pero sin cambiar ni una sola de
lugar… sino que, la habían moldeando a su antojo, hasta crear sus
casas y sus edificios.
Mientras
Kevin, Silvan, Eléndil, Lana y dos de los guardias dormían en la
oscuridad de la noche, aparecieron entre la maleza un grupo de
saurios, unas criaturas humanoides con cuerpo similar al humano,
aunque más alto y musculoso; pero con piel, cola y cabeza de
lagarto. Además, sobre su piel azul tenían unas gruesas e
impenetrables escamas verdes que protegían partes de su cuerpo como:
el cráneo, los hombros, la columna y la cola.
Armados
con lanzas, no tardaron en deshacerse del guardia que vigilaba.
Después, apuntaron con ellas a los cuellos del resto, y los
despertaron. El grupo tuvo una gran confusión al encontrarse con
aquellos seres.
Oyeron
que uno de ellos dijo algo en un idioma sibilante. Por la respuesta,
debió de ser una orden, porque aquellos saurios los agarraron con
una enorme fuerza, y los levantaron del suelo rápidamente.
-¿Por
qué no intentas algo? -se dirigió Silvan a Eléndil.
-Tranquilo.
Deja que suceda así. Podremos ver al lugar donde nos llevan, y
descubrir algo más sobre esta isla, y sobre donde se encuentra la
piedra. Cuando llegue el momento, actuaremos, si Éaguer no lo ha
hecho antes.
En
cuestión de segundos, todos estaban atados de manos, y desprovistos
de sus armas. Hecho esto, los saurios los instigaron a avanzar con
ellos a través de aquella selva, en la que sólo seres como ellos
eran capaces de orientarse durante la noche.
Poco
después de llegar, Gúnnar dejó a sus amigos Éric y Jim, para ir a
ver a su rey. El enano pidió audiencia con el Rey Króthar, el rey
del clan de los enanos pelirrojos.
-Gúnnar
Ódegaard, dime… ¿que tema quieres tratar conmigo?
-Su
majestad, como sabéis… Ízmer mandó dos ejércitos a atacar
Longoria.
-Sí,
y tengo entendido que estuvieron muy cerca de lograr su cometido.
Algo que no lograron debido a la ayuda de los elfos.
-Ahora
se propone atacar a los elfos silvanos.
-Y…
-Tras
“La Batalla de Longoria”, los altos elfos, los longorianos, y los
elfos silvanos acordaron en una alianza que se ayudarían en tiempos
de guerra, pero la anterior batalla está tan reciente, que el número
de las tropas de sus ejércitos es muy limitado. En el fondo, todos
saben que sería muy precipitado ayudar a los elfos silvanos en este
momento, por ello en una reunión realizada en Longoria se acordó
enviarnos a los distintos miembros del grupo que buscamos las
Dragonstones, en busca de ayuda. Es por eso, que ahora estoy aquí.
-En
principio, es un tema arduo, pero se lo plantearé al Gran Rey
Vólgart mañana. Tú vendrás conmigo, pues se ha convocado una
reunión tras tu llegada. Algunos pretenden erigirte como jefe de los
dos ejércitos nórdicos.
-Sería
un honor para mí, pero no me creo capacitado.
-Lo
estás Gúnnar. Así que te espero mañana allí.
-Allí
estaré.
Jim
y Éric, mientras Gúnnar fue a ver al Rey Króthar, fueron a vender
el oro que el kender recogió en el río Ígn. Jim estaba
acostumbrado a ello, de modo que ya había hecho algunos compradores
asiduos. Con todo, no terminaban de fiarse de él, pues era un
kender, y se decía de ellos que desconocían el miedo, que eran
allanadores, inquietos, aventureros, expertos en cerraduras, que
tenían una gran curiosidad, y sobretodo, que eran ladrones.
A
pesar de ello, los enanos codiciaban los metales y las piedras
preciosas, y las joyas; así que no se podían resistir a un poco de
oro en polvo y varias pepitas. A cambio, Jim conseguía una buena
bolsa de monedas, que le servían para vivir una temporada.
El
alegre kender de vivos ojos marrón miel era algo más bajo que los
enanos, pues medía un metro con veinte centímetros, y su largo y
liso pelo castaño claro se distinguía entre tanto enano por su
color, y debido a que lo llevaba recogido como todos los de su raza,
en una cola alta de caballo. Además, al contrario que los enanos,
que eran gruesos y robustos, los kenders eran delgados y de aspecto
juvenil; y sus orejas eran puntiagudas como las de los elfos. Jim se
enorgullecía de las suyas, por ello, las llevaba adornadas con aros
de plata.
Una
hora después, los tres amigos se reunieron de nuevo. Gúnnar decidió
a aprovechar las horas que estuvieran en el reino zenoriano de los
enanos, para mostrárselo… sobretodo, a Éric. De modo, que los
llevó a recorrer las ciudades de los dos clanes que existían en su
reino.
Los
bárbaros, al igual que los enanos, estaban divididos en clanes, sin
embargo, éstos se dividían en tres: el clan de los yenai, bárbaros
que sobrepasaban todos el metro con noventa, de constitución delgada
pero fibrosa; el clan de los krogaas, bárbaros robustos y gruesos, y
en el caso de los hombres, con largas barbas; y el clan de los
yumerios, clan al que pertenecía Tristan, bárbaros de enorme
musculatura.
Tristan
y la pareja de ángeles estaban llegando a Barbaria. El hábitat de
los bárbaros estaba constituido por una zona cubierta de nieve,
rodeada por pequeños picos montañosos y un reducido bosque. En ella
vivían, en aldeas algo separadas, los tres clanes.
La
primera aldea era la de los yumerios, de modo, que Tristan se dirigió
directamente a su casa. Éstos
a diferencia de los otros bárbaros hacían sus casas de madera; y
eran muy parecidas a las de los vikingos. Los yenai las hacían de
piedra con tejados de paja y madera… y los krogaas, hacían chozos
de madera cubiertos con pieles.
Llevó
a los dos ángeles consigo. Sin embargo, se acercó sólo a la
puerta… y llamó, mientras Láslandriel e Ilene esperaban, algo
retirados. Cuando ésta
se abrió, una maciza, aunque esbelta y hermosa mujer, cubierta de
pieles, de cabellos rubios, apareció ante el bárbaro.
-¡Tristan!
-exclamó, mientras abrazaba a su esposo con todo su amor.
-¡Freya!
-exclamó a su vez el bárbaro, mientras elevaba y besaba a su mujer,
al mismo tiempo que le daba una vuelta sobre sí mismo.
Ella
al ver a los acompañantes de su esposo, se ruborizó y le pidió que
la bajase.
-¿Quiénes
son?
-Son
unos amigos. Después te explico. ¿Y nuestros hijos dónde están?
-¡Bian,
Rhénn, venid! ¡Vuestro padre ha vuelto!
Al
instante, aparecieron corriendo dos niños. El mayor debía tener
seis años, y había heredado el pelo castaño de su padre, y los
ojos marrón miel de su madre.
El
menor tendría unos cuatro años, y tenía
el pelo rubio de su madre, y los ojos azul claro de su padre.
-¡Papá!
-gritó Rhénn, que llegó primero. Tristan, tras darle un beso,
jugueteó con el pelo de su hijo, mientras este se abrazaba a su
pierna.
-¡Cuánto
has crecido! Bueno, la verdad es que ha pasado casi año y medio
desde que me fui.
Entonces
apareció el pequeño Bian. Tristan al verlo aparecer, lo esperó con
los brazos abiertos. Después, lo tomó sobre uno de sus brazos y le
dio un beso mientras éste se abrazaba a su cuello.
-Esperad,
mirad, os traigo
regalos.
Tras
entregárselos, les
presentó a sus compañeros, y todos entraron en la casa.
Tristan,
daría comida y un techo bajo el que dormir a sus amigos, mientras
permanecieran allí.
Cuando
oscurecía, en la cena, les explicó quienes eran éstos,
y el motivo por el que había regresado. Su familia le prometió
guardar el secreto sobre la identidad de sus amigos pero, también
se apenaron mucho al saber que solo se quedaría uno o dos días.
Tras
la cena, el bárbaro le dijo a su mujer que se iba a la taberna de
Jéenak; e invitó a Ilene y Láslandriel a ir con él. Pero éstos
se negaron… Prefirieron ser discretos.
Ésta
se encontraba justo entre las aldeas bárbaras. Estaba construida a
modo yumerio, pues Jéenak lo era.
En
ella, se encontraban los tres clanes bárbaros.
Tristan
se alegró de volver a encontrase con algunos, pero no tanto con
otros.
Los
bárbaros pasaban
el rato contando
sus vidas y sus historias en la taberna, mientras bebían. A algunos
les gustaba echar pulsos, mientras los demás los alentaban o
apostaban.
Tristan
buscó a un krogaa, en particular.
Cuando
lo encontró, le pidió que mañana lo llevase hasta Húlkaar; el
líder de los krogaas, y líder también de los tres clanes bárbaros.
Éste
le
dijo que solo lo llevaría ante él, si le vencía en una pelea sin
armas. Así,
que
no tuvo más remedio que aceptar; de modo, que la taberna se
convirtió en el escenario, y los bárbaros en el público. Se
apostaban rondas de bebida… y cenas los que aún no habían comido.
Los
golpes iban y venían de un bárbaro a otro. Los dos sangraban… y
aunque el krooga tenía más resistencia, Tristan se valió de su
fuerza y experiencia para vencer; logrando así su objetivo.
El
grupo del príncipe
Isilión no pudo ver mucho más, porque de pronto, se vieron
sorprendidos y acorralados por un grupo no muy numeroso de gnomos,
armados con hachas y espadas.
Éstos
pudieron pillarlos desprevenidos, porque uno de sus dos poderes era
el de volverse invisibles a voluntad. El otro era el de
teletransportarse a algún lugar que antes hubieran visto.
Eran
muy parecidos a los enanos. Físicamente, se diferenciaban sobretodo,
en la altura
y en el color de su piel.
Los
gnomos eran algo más bajos. Su estatura era equiparable a la de un
kender. Además, no eran gruesos, sino delgados… y sus narices,
aunque igualmente prominentes, eran más alargadas y caídas hacia
abajo; y que no decir de sus orejas, semejantes a las de los duendes,
puntiagudas, grandes y abiertas, pero mucho más rudas, que las de
éstos.
Su
piel estaba más curtida y bronceada que la de los enanos, debido
principalmente a que la mayoría de los últimos
permanecían la mayor parte de sus vidas bajo tierra.
En
cuanto a su personalidad, era más
acentuada que la de ellos.
Eran mucho más tercos que éstos,
les gustaba mucho más los metales preciosos y las joyas, sobretodo
el oro, por el que sentían un especial interés, y eran mentirosos,
chismosos y tramposos. Aunque también eran grandes inventores, y
trabajaban la roca casi también como los enanos.
Isilión,
Alan, y los dos elfos fueron llevados prisioneros a un pequeño
calabozo; sin poder explicarse o defenderse.
En
la isla de Lásgarot, Silvan, Kevin, Eléndil, Lana y el guardia que
quedaba fueron llevados a un campamento saurio situado en una zona de
la selva menos densa. Los metieron a todos en una gran jaula, y poco
después fueron visitados por el líder de aquel lugar,
un Króxigor. Era un saurio también, aunque medio metro más alto,
de piel mucho más oscura, con un cuerno sobre la nariz y con una
cola llena de púas de hueso. Además, no utilizaba una lanza como
arma, sino una gran hacha, que al contrario que las lanzas de los
saurios hechas de madera y hueso, estaba hecha de madera y cobre.
-¿Aqué
habéiss venido aquí? -les preguntó.
Todos
se sorprendieron al oír hablar aquella criatura. Hasta ahora, todos
los que habían oído; habían utilizado un idioma propio, pero aquel
ser les habló en su misma lengua, aunque algo ininteligible.
-No
te diremos el motivo por el cual nos encontramos aquí. Si es lo que
quieres saber -le respondió Eléndil.
-¡Ahh
ssííí, puess entonces te haremoss hablar anciano! ¡Ssoldadoss,
ssacadlo deaquí! Veremoss sissigue sinhablar cuando setenga que
enfrentar a la alfombra debrazaass!
-¡Pero
maestro! -se lamentó Lana.
-Contente.
No debemos utilizar nuestros poderes hasta averiguar donde guardan
la piedra -le susurró el mago.
Dos
saurios sacaron a Eléndil de la jaula y lo llevaron ante la
alfombra de brazas.
-Anciano,
habla ahora o tendrass quecruzarla.
-No
hablaré -se reafirmó el mago.
Como
se negó,
tuvo que cruzar un suelo lleno de brazas descalzo. Simuló dolor al
cruzarlo, pero lo cierto fue que no se
quemó.
-¡Haconsseguido
cruzar laalfombra de brazaass! -se sorprendió uno de los saurios.
-Ya
lohe vissto. Mañana loss llevaremoss ante el Gran Slann. Que él
decida que hacer con ellos.
Una
vez de vuelta a la jaula, Lana le preguntó:
-¿Cómo
lograste cruzarlas?
-Olvidas
que soy piromante de nivel cuatro y elementalista de nivel tres;
controlo los elementos: tierra, agua, fuego y aire. Pero sobretodo,
el fuego.
A
la mañana siguiente, Gúnnar y el Rey Króthar se encontraban en la
reunión. Allí, además, se hallaban presentes: el Rey Húllker o
rey del clan de los enanos rubios, el líder del ejército de los
enanos pelirrojos, Hélrik; el líder del ejército de los enanos
rubios, Sizaik; y el Gran Rey Nórdico, Vólgart.
El
Gran Rey se dirigió a los presentes:
-Todos
sabéis que el motivo de esta reunión se planteó en la anterior.
Ahora que Gúnnar ha regresado, es el momento adecuado para decidir
si él será jefe de ambos ejércitos. Así, que sin más preámbulos,
pasemos a la votación.
Sizaik,
¿cuál es tu voto?
-En
contra.
-Hélrik,
¿y el tuyo?
-A
favor.
-Bien,
los líderes ya han dejado clara su postura; ahora pasemos a los
votos de los reyes.
Húllker,
¿tu voto?
-En
contra.
-Króthar,
¿cuál es el tuyo?
-A
favor.
-Dado
que el resultado ha sido empate. Mi voto decidirá la votación…
-Gúnnar estaba expectante, ya que el voto del Gran Rey no sólo
decidía si sería nombrado jefe; sino que mostraría si Vólgart
confiaba en él, o no-. Y, mi voto es… a favor, por supuesto.
Gúnnar Ódegaard, acércate. En este momento quedas declarado jefe
de los dos ejércitos nórdicos. Y, Sizaik y Hélrik te deben
obediencia -al instante los dos líderes de los ejércitos nórdicos
se inclinaron para venerar a su nuevo jefe.
-Gran
Rey Vólgart estoy muy agradecido, y prometo estar a la altura de mi
puesto. Quiero aprovechar para plantear el motivo de mi vuelta.
-Espera
Gúnnar. Déjame a mi. Aún soy tu rey; y mi deber como tal es
plantearle la situación -Króthar sabía que el tema a tratar era
delicado.
-No
sólo es tu deber, también es tu responsabilidad -le aclaró
Vólgart.
-Su
majestad lleva razón. Su señoría… tras “La Batalla de
Longoria”, Ízmer pretende mandar sus ejércitos contra los elfos
silvanos. Gúnnar ha sido enviado desde Longoria, en busca de nuestra
ayuda.
-¡Pero
esto es el colmo! ¡Como se atreven! ¡Los longorianos conocen
nuestra empatía hacia los elfos!
-¡Cálmate
Sizaik! -le ordenó Húllker.
-Escucha
Gúnnar, este tema ni siquiera se debatirá. Ninguno de los
ejércitos nórdicos acudirá en ayuda de los elfos. Tu primer deber
como nuevo jefe de éstos es hacer llegar la noticia a Longoria.
Pero como tu deber también está con ellos,
tú deberás acudir a ayudar a los elfos silvanos. Queda terminada la
reunión -terminó diciendo el Gran Rey de los Enanos Nórdicos,
Vólgart.
Tristan
había llegado a la gran choza dónde vivía Húlkaar. Él y el
krogaa que lo llevó hasta el líder de los bárbaros, habían salido
temprano para evitar las primeras nieves de la mañana. A pesar de
ello, una ventisca se les vino encima poco antes de llegar hasta el
líder krogaa.
Húlkaar
se alegró de ver a Tristan. Pero también reventó a reír, al ver
las caras tanto del yumerio como del krogaa. Ambos, tenían la cara
hinchada y llena de moratones por los golpes de la noche anterior.
El
líder bárbaro lo
escuchó
y pensó durante un rato su decisión. Al final, decidió que sólo
enviaría al clan de los yumerios a ayudar a los elfos silvanos. Dejó
en manos de Tristan y su consejero, el krogaa que los acompañaba,
dar la noticia a Ghakan, el líder de éstos..
Cuando
terminó la ventisca, el consejero krogaa y
él fueron
a verlo.
Una vez que el líder yumerio supo la noticia, el kroga se marchó.
Tristan le contó entonces que dos ángeles, muy amigos suyos, lo
habían acompañado, y que ahora se encontraban en su casa. Y, que
además también había viajado con un enano nórdico, un kender, y
uno de los chicos de la profecía; que ahora se encontraban en el
reino enano, también en busca de ayuda.
Húlkaar
tomo conciencia de lo delicada que era la situación, al saber todo
aquello. Y, le dijo, que le dijera a los dos ángeles que estuvieran
preparados porque mañana mismo partirían hacia el pie de los picos
nórdicos para reunirse con sus demás amigos, y la ayuda enana… si
es que la había; y después, dirigirse a ayudar a los elfos
silvanos.
Tristan
regresó a su casa inmediatamente, y le contó todo a los dos ángeles
y a su familia; e intentó aprovechar al máximo cada momento que le
quedaba junto a los suyos.
A
Isilion, Alan y los otros dos elfos, de nada les sirvió contarle a
los gnomos el porqué se encontraban allí. No los creían, porque
pensaban que los elfos nunca les pedirían ayuda. Con todo, incluso
de haberlos creído, decían que no se molestarían en ayudar a los
elfos. No les tenían ningún aprecio. Y además, aquella era una
lucha de poderes en la que según ellos no debían intervenir.
Asimismo, se encontraban muy bien donde estaban, aislados del mundo.
Vivían en sus cosas, en su mundo, ajenos a todo lo que les rodeaba.
Isilión
sabía que los gnomos podían llegar a ser muy testarudos; por eso,
no insistió más en pedir su ayuda. Con lo que no contaba era con
que los volvieran a encerrar.
Así, que debía encontrar algún modo para salir de allí. Debía volver con su esposa que esperaba un hijo… con los suyos… para ayudarlos en la batalla.
Así, que debía encontrar algún modo para salir de allí. Debía volver con su esposa que esperaba un hijo… con los suyos… para ayudarlos en la batalla.
Cuando
menos lo esperaban, un gnomo apareció de pronto dentro del calabozo…
se había teletransportado, y llevaba consigo las llaves de la
puerta.
-Tomadlas
y escapad. Los guardias están dormidos. Les he puesto un somnífero
en la bebida, y no despertarán antes de que amanezca. Os esperaré
en el bosque… algo más hacia el interior de donde os atraparon.
-Pero,
¿por qué nos ayudas? -le preguntó Isilion.
-No
hay tiempo para preguntas. Alguien podría aparecer por aquí, si os
demoráis. Os esperaré donde os he dicho -el gnomo desapareció de
la celda, ante sus ojos, en un pis pas.
Los
elfos y Alan no perdieron el tiempo, y abrieron la puerta. Por
fortuna, lo que les dijo era cierto; los guardias dormían como
recién nacidos.
Sigilosamente,
como estaban acostumbrados a moverse los elfos, escaparon de los
calabozos. Alan no tenía la visión nocturna de sus compañeros,
pero procuraba no separase mucho de éstos para moverse por el lugar
con cierta garantía.
Finalmente,
pudieron adentrarse en el bosque sin ser vistos. Un poco más
adelante, sintieron unas pisadas sobre el musgo, pero no lograron ver
a nadie. De pronto, los pasos se acercaron hasta ellos… y de
repente, apareció el gnomo que antes les había ayudado.
-Perdonadme.
Me había vuelto invisible por si acaso. Si no recuerdo mal, antes no
me presenté. Hola a todos, me llamo Guizbo.
viernes, 9 de enero de 2015
Capítulo 32 de Dragonstones 1
EN BUSCA DE AYUDA
Éric,
Tristan, Gúnnar, Ilene y Láslandriel habían recorrido un largo
trayecto desde que partieron de Longoria.
Sus
monturas estaban fatigadas…
y ellos también necesitaban descansar
un poco. De modo que cuando llegaron al río Ígn, hicieron una
parada.
Allí se encontraron con un kender, una de las tres razas medianas de
Shakával, llamado Jim, que buscaba pepitas de oro en el río. Como
ellos, su intención era ir a Nordia para venderlo
a los enanos. Asi que como pronto
hicieron
buenas
migas,
se unió a ellos en su viaje.
Para
llegar a Nordia, no tenían más remedio que adentrarse en el bosque
oscuro… un bosque maldito, sobre el que se escuchaban numerosas
leyendas.
Cuando
llegaron… el
kender
fue el primero en adentrarse en él.
Al
igual que los demás de su raza, desconocía el miedo.
Tras
él entró Éric, el intrépido aventurero; luego, Láslandriel e
Ilene… y por último, los nórdicos Tristan y Gúnnar, que como
habían oído muchas de las leyendas sobre él,
siempre lo habían evitado, rodeándolo por el este.
En
Silvanya, recibieron a Susan y Alan con mucha alegría, hasta que
supieron el motivo por el que habían ido a visitarlos.
-Si
Eldaron está en lo cierto, debemos encontrar toda la ayuda posible.
Ya hemos derrotado a sus ejércitos una vez; así que Ízmer enviará
nuevos ejércitos, aún más temibles, si cabe -se pronunció Almare
ante su yerno.
-Deberíamos
ir a visitar a los duendes y a los gnomos… quizás nos ayuden
-propuso el príncipe Isilion.
-Es
una buena idea. ¿Pero quién iría? -preguntó Máblung.
-Tú
no puedes ir, general. Debes quedarte aquí junto a tu ejército, por
nuestra propia seguridad. Y mi hija, la princesa Mialee, tampoco…
dado su avanzado estado. De modo, que sólo quedáis vosotros tres
-indicó
el rey silvano.
-Si
me lo permitís, preferiría quedarme junto a la princesa -expresó
Susan.
-Estoy
de acuerdo. Agradecerá
tu compañía.
-En
este caso, sólo quedamos tu y yo, Alan -dijo el príncipe elfo.
-Si
estás de acuerdo, muchacho, enviaré dos guardias para que os
escolten por el bosque.
-Por
mi, no hay problema -dijo el
marinero.
-Entonces,
está decidido. Mañana mismo iréis a visitar a nuestros pequeños
amigos.
El
grupo formado por Silvan, Éaguer, Eléndil, Lana y Kevin había
zarpado en un barco desde el reino de Lipos, dirección a Lásgarot.
Con ellos viajaban muchos de los soldados longorianos, y además,
Yúnik, el pequeño dragón de Kevin.
En
un año, las cosas habían cambiado mucho… Lana había pasado de
ser una aprendiz de ilusionismo de nivel uno (magia básica), a una
de nivel dos (magia intermedia), gracias a su esfuerzo y a su
maestro. El viejo y arrugado hechicero, de cabellos largos, lisos y
blancos, y ojos marrones, sólo se había separado de su pupila en
una ocasión, desde entonces. El motivo, la celebración de un cónclave de túnicas
grises y blancas. Eléndil, líder de los últimos,
tuvo que asistir y representar a los suyos, frente a Bermelión, el
líder de los primeros.
Tras
un viaje tranquilo, ya que en esta ocasión Kevin no se mareó, y no
se encontraron con ninguna criatura en aquellas aguas; pronto llegaron
a la isla de Lásgarot.
El
valentoso kender avanzaba a pie al frente del grupo. Armado con una
daga sujeta a su cinturón, y su jupak, un arma creada por su raza,
que consistía en una vara de sauce acabada en su extremo superior en
un tirachinas, y que disponía en su extremo inferior de una pieza
de cobre acabada en una punta afilada. Además de estas armas, Jim
llevaba un zurrón de cuero, en el que guardaba entre otras cosas…
su lebrillo para buscar oro, un saquillo en el que llevaba las
brillantes pepitas del preciado metal y diversas joyas, y un cartucho
también de cuero, donde guardaba varios mapas. (Todo, las cosas que
llevaba en su zurrón, las joyas, y los mapas… era robado; aunque
los kenders preferían llamarlo “prestado”, pues para ellos robar
era una deshonra).
Eran
muy singulares, pues también eran unos manitas con las cerraduras,
gracias a la colección de ganzúas que llevaban en sus zurrones.
Junto
a Jim,
montado en su unicornio, iba Éric, ahora con el pelo algo más largo
que hace un año, a media melena como Kevin; y justo después,
avanzaban caminando, la pareja de ángeles.
Láslandriel
tenía que tener especial cuidado con su túnica de color celeste (su
capa con capucha era del mismo color), porque el suelo estaba lleno
de raíces que sobresalían de la tierra con las que podía
rasgársela, o incluso, tropezar. El guapo ángel llevaba en estos
momentos, la cara al descubierto; su siempre joven y dulce rostro, su
larga melena blanca y lisa, y sus claros ojos azules llenos de luz…
Su
iluminado rostro, junto a su figura de un metro con ochenta y cinco
cubierta con túnica celeste, y sus blancas alas… en contraste con
el entorno del bosque oscuro, resultaba tranquilizador, y era como
una luz que los guiaba a todos en aquella tenebrosidad.
Con
Ilene sucedía algo parecido, aunque sus ojos eran marrón miel… su
larga melena rubia brillaba como el oro de su armadura, compuesta por
coraza, hombreras, antebrazos, coderas, taparrabos, cartucheras y
rodilleras.
Medía
un metro con ochenta, y vestía con una capa con capucha blanca, una
minifalda de terciopelo rojo, rematada con bordes blancos, y unas
botas altas, hasta medio muslo, de piel marrón oscura.
El
grupo lo cerraban Tristan y Gúnnar, que montaban su robusto caballo
y su menudo pony.
Conforme
se adentraron en el bosque, el terreno se volvió encharcado… e
hizo aparición una leve niebla…
Pronto,
se encontraron con dos menhires clavados en el suelo, llenos de
runas, a modo de puerta, y con algo colgado de la rama de un árbol.
-¿Alguien
sabe que significa esto? -preguntó
el
bárbaro.
-Las
piedras nos advierten que está
maldito por una magia negra muy antigua… y que a partir de aquí no
debemos seguir; y lo que ves ahí colgado, sirve para ahuyentar los
malos espíritus -contestó
Láslandriel.
-Soy
el que menos deseo atravesar este bosque… pero los elfos silvanos
necesitan que consigamos ayuda; y ya que estamos aquí, voto por
seguir adelante -dijo Gúnnar muy decidido (el bárbaro lo miró, no
muy convencido).
-Vamos,
sigamos. Tengo que vender mi oro a los enanos. ¡Seguro que es
emocionante! -los instó el kender.
-Aunque
no estoy tan convencido, pienso igual que él -dijo Éric.
-Entonces,
sigamos adelante -propuso Ilene.
Cruzaron
aquella especie de entrada, y continuaron. Durante un largo
rato no ocurrió nada; sólo que el terreno se volvió tan seco como
al principio, y la niebla desapareció. Ahora, el suelo estaba
cubierto de hojas; y aunque en cualquier parte de Shakával era
primavera, aquí parecía ser otoño, pues las de los árboles
estaban mustias.
El
bosque era cada vez mas espeso, pero a pesar de ello, pudieron ver
que estaba anocheciendo.
El
grupo llegó a pensar que ya no les ocurriría nada. Pero, sin ellos
saberlo, los árboles, gracias a sus ramas, le estaban robando
algunas de sus armas… sólo les dejaron el jupak, los escudos y la
lanza. Además, los árboles que tenían las raíces prácticamente
fuera de la tierra… se desplazaban, cerrándoles el paso y
dirigiéndolos
hacia donde querían.
-¿No
habéis oído nada? -preguntó
Éric.
-No
-contestó Jim.
-Pues
yo he oído algo. ¡Mirad, son los árboles, se mueven! -les
indicó.
-Toda
esta parte del bosque se mueve. Intentan dirigirnos hacia algún
lugar -le corrigió Ilene.
-No
debimos cruzar esos menhires -murmuró Tristan, mientras al igual que
sus compañeros se dispuso a coger su arma.
-¡No
tengo mi hacha! -exclamó
el enano.
-¡Nos
han quitado las armas y no hemos notado nada... ! -dijo el bárbaro.
-Yo
aún conservo mi jupak.
-Y
yo, mi lanza -dijo Ilene.
-También,
conservamos los escudos -constató Éric.
-Y
nuestra magia -intervino Láslandriel.
Los
ángeles intentaron abrirse camino con ella,
pero los árboles
respondieron de forma inesperada. Sus troncos, ahora tenían rostros
que gritaban furiosamente.
Pasaron
a la acción… los persiguieron y los atacaron con sus ramas. Ilene
y Jim se defendían con sus armas, mientras huían, al igual que los
demás.
Al
final, llegaron al centro del bosque.
Allí,
en un gran claro, había un gigantesco
árbol
totalmente blanco, casi sin hojas, con un tronco enorme… Jim pensó
que ni aunque todos lo abrazaran al mismo tiempo, podrían rodearlo.
De sus ramas colgaban las armas que antes les habían arrebatado, y
el suelo de alrededor, estaba cubierto de huesos de todo tipo de
animales.
El
grupo pudo ver entonces un pequeño conejo correr hacia él…
éste lo agarró con una de sus ramas, y se lo llevó
hacia sus raíces, que se abrieron y se lo
tragaron.
Tras succionarle la vida, expulsó los huesos fuera.
-Ahora
ya sabemos porque los árboles nos dirigían hacia aquí. Este bosque
tiene vida propia… y ese parece ser su señor -indicó Gúnnar.
-¡Has
acertado! ¡Y
ahora vosotros me entregaréis la vida que tanto anhelo! -dijo el
Señor
del Bosque.
El
grupo no sabía que hacer… los árboles los rodeaban en un círculo
que se iba estrechando entorno a su señor, de modo que tenían que
retroceder.
Enseguida,
el gran árbol blanco los tuvo lo suficientemente cerca para
agarrarlos… sólo se escaparon los ángeles y Éric. Los primeros
se protegieron con un aura que creó Láslandriel, en la cual las
ramas no podían entrar; y al muchacho le sucedió algo parecido. Su
unicornio negro, gracias a su cuerno, creó un aura similar a la que
creó el ángel.
Cuando
el tenebroso árbol se disponía a tragarse la primera de sus
víctimas, un tremendo temblor sacudió la tierra…
Los
árboles que rodeaban al gran árbol blanco, se apartaron
despavoridos, y ante ellos apareció un imponente gigante de seis
metros, que acababa de golpear con su garrote la tierra.
-¡Ah
no! ¡No me arrebatarás a éstos! ¡Mis
hijos han hecho una excelente labor conduciéndolos hasta aquí!
El
gigante corrió hacia el árbol, y los ángeles y el unicornio de
Éric no tuvieron más remedio que apartarse, rompiendo así su
concentración y las auras que habían creado.
El
coloso
le arrebató al enano, que ya tenía casi un pie introduciéndose en
las entrañas del árbol, y le golpeó el tronco con su garrote. Jim,
Tristan y las armas cayeron al suelo… el gigante les dijo entonces que las
cogieran
y huyeran en sus monturas… que después el los alcanzaría.
Y
así fue...
Más
tarde, les contó que solía acudir allí
para
arrebatarle los animales al árbol
blanco,
y
así,
alimentar a su familia.
Cuando
salieron del bosque, se toparon con los picos nórdicos; unas
colosales montañas nevadas, donde vivían en grandes cuevas, los
gigantes y los cíclopes.
Allí
pasarían la noche.
Al
día siguiente, dejaron a
sus enormes anfitriones
y llegaron al reino nórdico de los enanos. Allí se separaron…
Gúnnar, Jim y Éric se quedarían, y Tristan, Ilene y Láslandriel,
se dirigirían a Barbaria. Pero antes, pasarían por el reino humano
de Nordia.
El
príncipe Isilión y Alan, escoltados por dos guardias silvanos,
habían marchado a visitar a los duendes y los gnomos. Salieron en
cuanto amaneció; los tres elfos en sus unicornios, y el
marinero en
su caballo.
Éste
último, antes
de partir, pudo ver como otros subían a las sillas de dos hermosos
halcones gigantes, para dirigirse a las montañas de estas aves; para
montar una pequeña atalaya, donde poder vigilar la llegada de
posibles enemigos.
Al
principio de su viaje, vieron un magnífico y gran ciervo blanco.
Isilón le dijo a Alan que no era habitual verlo, y mucho menos por
aquella zona del bosque, porque normalmente solía estar en los
límites de éste con las montañas de los halcones gigantes. Le
contó también, que ver aquél ciervo traía buena suerte, así que
seguro que conseguían la ayuda de los gnomos y los duendes.
Siguieron
atravesando el bosque iluminado, y un rato después, justo antes de
llegar al río cristalino, se encontraron una dríade. Estaba unida a
su árbol (su vida dependía de la de él), con parte de las piernas
hundidas en el tronco de éste. Era fascinante, de una belleza única…
su cuerpo era verde savia, su pelo… una agraciada melena formada
por hojas verdes, sus ojos rasgados… verde clorofila; todo en ella,
hasta sus orejas puntiagudas, era hermoso, y a la vez tan irreal…
… Incluso
su ropa, de color marrón, formada por un corpiño hecho de la
corteza de su árbol, y una falda hecha también de las hojas caídas
de éste.
El
príncipe silvano
bajó de su unicornio y le preguntó por los duendes y los gnomos. En
lugar de contestarle, a la dríade, en un acto mágico, le
aparecieron por completo las piernas, y se separó de su árbol.
Cogió entonces, el rostro de Isilion
con una de sus manos y lo estudió.
-Eres
un elfo. Vosotros amáis los árboles y la naturaleza en general…
Eres un amigo. Te diré donde se encuentran los duendes; pues los
gnomos nunca los he visitado. Cruza el río, y busca el lugar del
bosque donde el río yuln se une al río cristalino, y allí los
hallarás -terminó diciendo, con su grácil voz.
-Gracias
por tu ayuda, dríade.
-No
me las des. Sólo seguid cuidando los árboles, como lo habéis hecho
hasta ahora -le dijo mientras volvía de nuevo al suyo.
-Lo
haremos -afirmó mientras subía a su unicornio.
El
grupo cruzó entonces el río cristalino.
Poco
después, llegaron al lugar que le indicó la dríade. Pero no vieron
duendes por ningún sitio.
En
los árboles, escondidos en sus ramas, se
encontraban vigilándolos.
De pronto, se vieron sorprendidos. Los
atacaron con dardos somníferos que escupían con sus cerbatanas,
logrando
su propósito. Todos cayeron de sus monturas al suelo, momento que
aprovecharon para atarlos con unas cuerdas hechas de seda mágica
irrompible.
Luego,
los trasladaron cerca de allí. Los
llevaron
donde ellos vivían, y los sujetaron al suelo mediante estacas a las
que amarraban las cuerdas.
Los
duendes eran unos seres diminutos que medían unos veinte
centímetros. Tenían las orejas puntiagudas, grandes y abiertas,
aunque elegantes y estilizadas; y los ojos rasgados… que como sus
descuidados cabellos, que solían llevar a media melena, podían ser
de cualquier variopinto color… aunque siempre el de sus
ojos
era el mismo que el de su cabello.
Solían
vestir de verde o marrón, y casi siempre llevaban una caperuza.
Tenían
poderes mágicos (podían amansar a las fieras y monstruos, con la
música de sus flautas y ocarinas, y comunicarse con los animales,
sobretodo con los pájaros), amaban la naturaleza, sobretodo a los
animales, y se decía de ellos que eran el espíritu del bosque.
Vivían
en los árboles. Hacían sus casas entre las raíces de ellos… y la
entrada de ella, al pie de éstos;
allí se encontraban las ventanas y la puerta de la entrada a su
casa.
Una
escalera hacia abajo, conectaba esta sala, donde se recibía a los
invitados, con el resto.
Cuando
los miembros del grupo despertaron, estaban rodeados de duendes por
todos lados, que
los amenazaban con hondas, arcos, lanzas etc.
Éstos
seres
eran desconfiados por naturaleza, y atacaban a cualquiera que
irrumpía en su territorio, pero el príncipe Isilión asumió su
posición y les
explicó
porque habían venido. Decidieron
creerlo,
y los soltaron. Por
último, acordaron
ayudar a Silvanya cuando fuera atacada, algo que sabrían porque
serían avisados por los pájaros.
Una
vez les devolvieron
sus monturas, el grupo se marchó a buscar a los gnomos.
Buscándolos
por el bosque iluminado, se encontraron con algo que no esperaban. Ya
casi no se creía en su existencia, debido a que eran muy difíciles
de ver.
Había
muy pocos… y no se mostraban siempre; porque preferían pasar
inadvertidos.
Ante
ellos apareció un hombre-árbol de más de tres metros de altura.
Parecía uno
más del bosque,
pues su piel era de corteza, pero además, sus dos piernas y sus dos
brazos tenían apariencia de ramas; sin embargo, tenía manos y algo
semejante a pies, aunque no tenía cuello. En su cabeza, vagamente se
distinguían los ojos, las cejas, la nariz, la boca, y las orejas.
Se
decía de ellos, que vivían miles de años, que protegían a los
árboles, como un pastor a su rebaño, y que eran solitarios, lentos
y pacíficos.
-¿Qué
buscáis en esta zona del bosque? -le preguntó.
-Disculpa
por adentrarnos en tu territorio. Buscamos a los gnomos, y como no
sabemos donde viven, hemos llegado hasta aquí, buscándolos
-respondió
Isilion.
-¿Por
qué queréis encontrarlos?
-Para
pedir su ayuda en la batalla que está por llegar. Un mago elfo
oscuro pretende atacar Silvanya, con alguno de sus ejércitos.
-Bien,
os diré donde viven, y quizás nosotros también os ayudemos.
-¿Has
dicho vosotros? -preguntó
Alan, intrigado.
-Sí…
Yo soy Jahnk, y no soy el único hombre-árbol que existe, aunque ya
somos pocos. Sube si quieres a mi hombro, y te lo mostraré.
Alan
se acercó y trepó por la espalda hasta alcanzarlo.
-Mira
hacia el norte, y los verás.
Hizo
lo que le dijo, y vio en la lejanía, moverse en el
bosque,
a varios hombres-árbol más.
-Es
increíble -dijo… y
tardó
un rato en bajar de su
hombro.
-Seguidme.
Os dirigiré hacia los gnomos.
El
grupo lo siguió a través del bosque, hasta que Jahnk se detuvo.
-A
partir de aquí, seguiréis sin mí. Prefiero no acercarme más… si
me ven, se asustarán. Seguid todo recto, y enseguida los
encontraréis.
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