sábado, 31 de enero de 2015

Noticia. Actualizando el blog.



Hola.

Durante los últimos días se me han ocurrido varias ideas para mejorar el blog.
Las principales son las nuevas secciones, Libro vs Peli, Serie; y Bandas sonoras. Aún sin ninguna entrada. Y las de Trailers que no hecho otra cosa que agrupar los que había en varios, lo mismo que con Blog más visitado del mes. Además, como os venía diciendo he incluido la de Etiquetas, con la que aún sigo trabajando.
Otra de las ideas, era organizar mejor y con más detalles las antiguas secciones de Libros, Proyectos, y Relatos.

Creo que os gustará, porque os ayudará a ir directo a lo que realmente os interesa.

Conforme vaya colgando entradas en las nuevas secciones, el blog se enriquecerá con ello, y habrá más variedad.

Un saludo.

viernes, 30 de enero de 2015

Capítulo 34 de Dragonstones 1








PRELUDIOS DE LA BATALLA

  Durante los días que habían pasado desde que los integrantes del grupo que encontró la primera dragonstone tuvieron que separase para ir en busca de ayuda, en Longoria, el principal reino de Shakával, no habían perdido el tiempo. El Rey Mónckhar había preparado los ochocientos soldados que le quedaban a su disposición para ir a la batalla.

Entretanto, sería la reina Thora quien gobernaría; pero su hijo, el príncipe Ántrax permanecería en el reino junto a ella… no acudiría a la batalla. Con todo, tendría que asumir más responsabilidad como tal; porque aunque su madre gobernara, él se encargaría de que todo lo que ella dictase, se llevase a cabo.




Las cosas en Silvanya seguían casi igual. Habían quedado tan pocos elfos tras la Batalla de Longoria que el Rey Almare y Máblung no tenían que preparar prácticamente nada pues el número de soldados sólo alcanzaba la cifra de quinientos.
Susan no se había separado de Mialee prácticamente nada desde que estaba en el pueblo elfo. Mimaba a la princesa, aunque no lo necesitaba, pues las elfas solían llevar un embarazo mucho mejor que las mujeres humanas, ya que durante éste se encontraban más ágiles que ellas.
Susan echaba mucho en falta tanto a su hermano, como a Kevin. Se preocupaba por ambos, y por los demás amigos que había hecho desde que llegó a aquél mundo. Estaba deseando que volviesen… aunque aquello quería decir que también llegaría la hora del ataque a los elfos silvanos.




Véstark, el nuevo Señor de la Guerra, se dirigía hacia Sunesti. Siguiendo las órdenes de Ízmer, había reunido una gran cantidad de tropas. Entre ellas, no sólo había guerreros del caos; también muchas otras criaturas creadas por el Caos. Éste era un mal que la antigua magia negra, utilizada inadecuadamente, en desmedida, había creado en una zona de Shakával, llamada ahora Tierras del Caos; al descontrolarse ésta por completo. De aquel lugar emanaban vapores que contenían además de gases tóxicos, esta magia, que se hallaba en el ambiente en forma de bruma oscura, y que todos los que se encontraban allí, al respirarla o impregnarse sobre su piel, se transformaban, igual que quizás sucedería en la Tierra con las armas biológicas, o una excesiva radioactividad.

Cuando llegó a Sunesti, comprobó que su señor estaba en lo cierto. El pueblo se encontraba dirigido por los guerreros del caos; y al mando de ellos estaba un guerrero llamado Físterak.
Véstark enseguida lo puso al corriente de la situación. De modo, que el general tomó el poder, sentándo su base en el pueblo. En él aún quedaban algunas gentes anteriores a la toma, que decidieron quedarse; normalmente, comerciantes o gentes con algún tipo de oficio o profesión. Éstas aunque tenían que pagar un tributo de las ganancias, no tenían que soportar robos o cosas por el estilo.




En la fortaleza negra…

 -Sobrino, he sabido gracias a mi esfera, que nuestro enemigo de alguna forma se ha enterado de nuestros planes. Desde Longoria han enviado a algunos de los integrantes del grupo de héroes que acompañan a los chicos de la profecía en busca de ayuda. Si la consiguen, no lograremos nuestro objetivo. Debemos enviar nuevas fuerzas para que ayuden a los guerreros del caos, y he pensado que lo mejor será las hordas de los orcos, goblins, snotlings y trolls. Quiero que envíes a alguien a informarlos, y que sea rápido. El tiempo es algo que debe jugar a nuestro favor, si queremos vencer esta batalla. Pues, si nuestros guerreros no son ayudados a tiempo, el enemigo nos aventajará en número de combatientes… ¿entiendes?
 -Sí, tío.
 -Debes enviar a alguien a los Anillos de Górn. Allí, entre esas montañas se encuentran Kórn, lugar donde viven los trolls y los trolls de piedra; y Gobl, donde viven los goblins y los hobgoblins. Justo por encima de estos anillos se encuentra Orc, allí deberán informar a los orcos y los orcos negros; y algo más al norte, en Snotl, tendrán que avisar a los snotlings.
 -Creo saber a quién enviar. Si te parece, las arpías son lo suficientes veloces para enviarles la orden con bastante premura -aconsejó Ellorion a su tío.
-Estoy de acuerdo. Es  una buena idea. Envíalas.




    
Los doscientos soldados, exceptuando los que se habían adentrado en la isla, que habían desembarcado en Lásgarot, habían montado las tiendas en la playa.
Éaguer había quedado al mando de ellos hasta que Silvan regresara, pero su general y sus acompañantes no lo habían hecho aún… Algo debía haber sucedido. Quedaban tan solo unas horas para alcanzar el plazo límite que le había indicado; pero, no quiso esperar más… Y, decidió llamar a Yúnik.
Cuando tuvo al dragoncito verde junto a él, le dijo:
 -Quiero que vayas a buscar a Kevin y los demás, y no regreses hasta saber dónde están y qué les pasa.
 -De acuerdo. Estaba deseando volverlo a ver. Me voy enseguida a buscarlo.

El pequeño dragón desplegó sus alas, las batió varias veces, y con un impulso de sus patas traseras, despegó el vuelo, dirigiéndose al interior de la isla.



El grupo formado por Silvan, Kevin, Eléndil, Lana y un guardia longoriano, viajaban a través de la asfixiante selva dentro de una jaula transportada por un carromato que era arrastrado por una bestia enorme, llamada estegadón. Ésta era similar a un triceratops, pero con mucho más cuernos, sobretodo, sobre la espalda.
Tras un duro viaje, al fin llegaron a su lugar de destino, una ciudad templo (construida en un estilo semejante al maya), algo derruida, situada al pie de las únicas montañas que había en la isla, y rodeada de selva.
En ella había todo tipo de criaturas escamosas. Además de saurios, había eslizones y hombres-rana, también llamados, bullywugs. Los primeros eran medio metro más bajos que los saurios; con la piel casi totalmente verde, excepto el pecho, el abdomen, y su gran cresta situada en la cabeza, que era de color naranja… e iban armados con espadas similares a machetes, y pequeños arcos. Los segundos era más bajos aún, y eran iguales que las ranas verdes, pero con cuerpo humano… e iban armados con pequeñas lanzas.





Ghakan, Tristan, Láslandriel, Ilene, y alrededor de mil bárbaros del clan de los yumerios, montados en sus robustos caballos nórdicos llegaron a las grandes puertas del reino enano. Allí estuvieron esperando unas horas, hasta que al fin éstas se abrieron.
Para sorpresa de todos, ante ellos sólo aparecieron un enano montando un poni, un kender subido a otro, y un chico sobre un unicornio; Gúnnar, Jim, y Éric.
 -¿Esto es todo? ¿Qué hay de los ejércitos enanos? ¿No irán a la batalla? -preguntó Ghakan a Gúnnar.
 -Aunque creí que todo estaba olvidado. La herida entre enanos y elfos aún sangra.
 -Ya veo… Bueno, uniros a nosotros. Vamos a la batalla.
Todos se dirigieron a Lasg. Allí, había un pequeño claro entre el bosque oscuro y los picos grises, que podrían tomar para dirigirse a Silvanya.





      En el bosque iluminado, cerca del pueblo gnomo…

Una vez se presentaron a Guizbo, mientras atravesaban el bosque, le preguntaron por qué les había ayudado.
Éste le contó que cuando tan sólo era un bebé, jugando, se retiró de su pueblo, adentrándose en el bosque, y se perdió. Un viejo elfo silvano lo encontró, y lo llevó consigo. Éste lo cuidó, lo crió, y le informó sobre su procedencia y sus raíces. Aun así, prefirió vivir con los elfos.
Pasaron los años, y un día, el anciano elfo enfermó, y poco tiempo después, murió. Así que, entonces, decidió dejar a los elfos e ir en busca de sus raíces. De modo que buscó el pueblo gnomo hasta que lo encontró y volvió con sus semejantes. Entonces, supo que sus verdaderos padres habían muerto también. Con todo, se quedó allí para aprender de los gnomos todo lo que se había perdido durante su ausencia.
Ahora, que lo sabía todo sobre los elfos silvanos y los gnomos… ya no necesitaba permanecer más allí. Así que cuando se enteró que  pronto serían atacados, decidió ayudarlos a escapar a ellos primero, y luego prestar su ayuda a los elfos. Además, les contó que si todo salía bien; y tras la batalla seguía con vida, se dedicaría a viajar en busca de la aventura.

viernes, 16 de enero de 2015

Capítulo 33 de Dragonstones 1







AMBIENTES DISTINTOS





En la fortaleza de Ízmer, Ellorion que había avanzado mucho como discípulo, estudiaba uno de los libros del segundo nivel de magia, nivel que ya prácticamente dominaba, cuando fue interrumpido por su tío.

-Sobrino, ha llegado a la fortaleza un guerrero del caos al cual he mandado llamar. En estos momentos se encuentra esperando junto a la puerta de la torre. Quiero que vayas a recibirlo, y lo acompañes hasta aquí.

-¿Quién es?

-La pregunta que debes hacerme es quién será.

-¿Quién será?

-Espera un momento y lo sabrás.



Poco después, Ellorion se presentó ante su tío, junto a un guerrero del caos.



-Bienvenido, Véstark.

-A sus pies, para servirle, mi señor -dijo, mientras se inclinaba levemente ante Ízmer.

-Te he mandado llamar porque quiero nombrarte nuevo general y Señor de la Guerra de los caballeros del caos.

-Gracias mi señor, es un honor para mí.

-Además, quiero que vuelvas a las tierras del caos, prepares tu ejército, y lo dirijas a Sunesti. El pueblo fue sometido por los elfos oscuros que lideraba Darkice. Ahora, está custodiado como esta fortaleza, por otros como tú. Allí, sentaréis vuestra base, y luego, atacaréis a los elfos silvanos. ¿Queda todo claro?

-Sí, mi señor.



Una vez se hubo marchado, Ellorion le preguntó a Ízmer:

-¿Crees que cumplirá, como general de los gurreros del caos?

-No lo sé, pero necesitaba alguien que ocupara de nuevo ese puesto. Y él era el único con posibilidades. Lo importante ahora, es que el ejército de los guerreros del caos lance un ataque a los elfos silvanos. Quien lo dirija, es secundario.

-Bueno tío, te dejo. Debo retirarme y seguir con mis estudios.







El grupo que viajó en busca de la dragonstone azul había desembarcado en las costas del este de la isla de Lásgarot. Durante el viaje, Kevin, que se había separado de sus amigos por primera vez desde que llegó a este mundo, se extrañó, porque el pensaba que iba a echar más de menos a Éric, en cambio, para su sorpresa, fue a Susan a la que echó más en falta.



Una vez bajaron del barco todo lo necesario para instalarse en la playa, Silvan le dijo a Éaguer que se quedara allí con las tropas longorianas que habían traído, mientras ellos exploraban la isla. Y, si al día siguiente a la misma hora, no habían vuelto… mandara al dragón de Kevin, Yúnik, para averiguar que había sido de ellos.




Pronto, se adentraron en la selva de Lásgaroth. Marchaban a pie, con cuatro soldados del ejército longoriano que le hacían de escolta. Dos de ellos marchaban delante, y los otros dos, detrás. Ninguno de ellos, ni siquiera Silvan, había estado antes en la isla, por lo tanto, no sabían lo que se iban a encontrar.

Pocos minutos pasaron cuando los dos guardias que marchaban delante, se toparon con algo macabro, que les puso la piel de gallina. Frente a ellos había calaveras de distintos tipos y tamaños, colgadas de lianas o ensartadas en lanzas. Lo más increíble no era eso, si no que la mayoría parecían ser distintos tipos de cráneos de lagartos, o algo parecido. A raíz de ello, el grupo siguió avanzando con mucha cautela. Y de pronto… encontraron algo más; innumerables huesos esparcidos por todo el suelo, les hicieron ver la luz. Quienquiera que habitara aquél lugar, se los había comido a todos. Justo después que Lana se agachara para observar algunos de aquellos huesos, unos dardos se clavaron en la corteza de un árbol. Al instante, aparecieron detrás de ellos, colgados de lianas, una infinidad de seres de medio metro de altura, extremadamente delgados, de piel bronceada, e impregnada de barro y pinturas. Iban cubiertos sólo por unos taparrabos, y tenían una agilidad asombrosa; además, estaban armados con cerbatanas, puñales hechos con el colmillo de algún animal, y lanzas… y, parecían paranoicos.



Eran pigmeos, y eran caníbales…



-¡Corred! -gritó Silvan.

Todos salieron corriendo como alma que se lleva el viento, pero lograron alcanzar a uno de los soldados que marchaban detrás.

Aunque iban bastante rápido, les estaban alcanzando. Por fortuna, llegaron hasta un precipicio atravesado por un enorme árbol que llegaba hasta el otro lado del barranco. El grupo lo cruzó velozmente, sin mirar atrás. Una vez al ladocontrario, Eléndil utilizó su magia para derribar el árbol, justo cuando muchos de aquellos seres estaban ya sobre él. Por suerte para el grupo, muchos pigmeos cayeron por el precipicio, y los demás quedaron al otro lado, lanzándoles lanzas, e imprecándoles furiosos, por perder su comida.

Avanzaron hasta quedar libres del peligro… y agotados por el esfuerzo, cayeron al suelo, sin aliento. Entonces, se percataron que estaba anocheciendo, por lo que decidieron pasar allí la noche.

Pronto, encendieron un fuego para protegerse del frío nocturno de la selva, y comieron parte de los alimentos que llevaban.

Decidieron que los tres escoltas que quedaban, se turnarían en las guardias, mientras Silvan, Eléndil, Lana y Kevin dormían.







Gúnnar, Jim y Éric habían sido recibidos en el reino de los enanos nórdicos con mucho agrado. Allí, estaban enterados de lo sucedido en Longoria; y Gúnnar, que antes de ello, ya era considerado uno de los tres mayores héroes entre los enanos nórdicos, razón por la cual fue enviado a Longoria en su representación… Ahora, pretendían nombrarlo jefe de las tropas de los dos clanes que existían en Nordia… el clan de los pelirrojos como él, y el de los rubios.



Éric quedó fascinado con el reino de los enanos. Situado en la cara norte de los picos nórdicos, el reino tenía sus puertas a pie de las nevadas montañas; y se adentraba bajo tierra, muy hondo… tanto, que no llegaban a oír a los gigantes que habitaban fuera, en la superficie de los picos.

La arquitectura enana había logrado crear bajo las montañas, dos ciudades comunicadas por dos galerías, que se unían en el centro, por un alcázar dirigido por el Gran Rey de los enanos nórdicos; que era elegido tanto por los dos clanes nórdicos, como por los dos clanes zenorianos; el clan de los morenos y el de los castaños. Los cuatro clanes elegían entre el rey del clan de los pelirrojos, y el rey del clan de los rubios, al Gran Rey de los enanos nórdicos. Y, posteriormente, el puesto de rey del clan que quedaba vacante, era de nuevo elegido por los cuatro clanes.



La única entrada que existía al reino, a través de una galería, llevaba a cualquiera que entrase en él, directamente al alcázar. Éste daba la bienvenida a sus huéspedes con una sala enorme, en donde no se alcanzaba a ver el techo, que sostenían multitud de columnas de una manufactura impresionante.



El Reino de Zenoria estaba distribuido igualmente que éste, aunque con diferente arquitectura, y sus reyes eran elegidos de igual modo.








Tristan, Ilene y Láslandriel habían llegado a Nordia. La ciudad se encontraba en el centro del reino. Rodeada de nieve y montañas era el único lugar que daba un tono de color entre tanto blanco. Toda la ciudad estaba construida con roca gris extraída de las montañas. Y, aunque la ciudad era grande, sus edificios no lo eran tanto.

Tristan desde que se internó en los picos nórdicos, se había abrigado con varias pieles de animales, que llevaba siempre a mano… para cuando les fuesen necesarias, como ahora, en su tierra.

La pareja de ángeles sólo llevaban la indumentaria de siempre, de modo, que estaban pasando algo de frío. Para colmo, mientras atravesaban las calles de la ciudad comenzó a nevar. Así, que decidieron ir a comprar unas pieles, que además le servirían para ocultar mejor sus alas.

Tristan aprovechó la ocasión para comprar unos regalos.

-¿Para quién son? -le preguntó Ilene.

-Para mi familia -reveló el bárbaro-. Aunque no lo creáis, tengo una mujer y dos hijos.

-¡Vaya! Nunca, nos dijiste nada -le reprochó Láslandriel.

-Nunca me preguntasteis -opinó Tristan.



Después de comprar algo de comida y de cambiarle las herraduras a su caballo, dejaron la ciudad y se dirigieron hacia Barbaria.







Isilión, Alan y los dos elfos habían avanzado en la dirección que les dijo Jahnk, el hombre-árbol. Con que, pronto llegaron al límite del bosque iluminado. En aquella zona, el bosque acababa justo cuando comenzaba una pequeña cordillera, que mucho más adelante se unía al Paso de Hielo.

No habían cruzado el límite del bosque cuando pudieron comprobar la belleza del reino de los gnomos. Frente a ellos, se elevaban varias montañas; y a pie de una de ellas estaba la zona donde vivían.

Aquél lugar estaba construido en la roca de la montaña. Habían hecho sus casas esculpiendo y moldeando la roca hasta crear todo un pueblo con sus calles. Éstas separaban los diferentes niveles en donde se encontraban las casas y edificios, quedando así éstas a diferente altura, según en el nivel en donde se encontrase construida.

A diferencia de los enanos, que vivían en el interior de la montaña, los gnomos vivían fuera, a pie de ella. Sin embargo, también habían trabajado la roca pero sin cambiar ni una sola de lugar… sino que, la habían moldeando a su antojo, hasta crear sus casas y sus edificios.







Mientras Kevin, Silvan, Eléndil, Lana y dos de los guardias dormían en la oscuridad de la noche, aparecieron entre la maleza un grupo de saurios, unas criaturas humanoides con cuerpo similar al humano, aunque más alto y musculoso; pero con piel, cola y cabeza de lagarto. Además, sobre su piel azul tenían unas gruesas e impenetrables escamas verdes que protegían partes de su cuerpo como: el cráneo, los hombros, la columna y la cola.

Armados con lanzas, no tardaron en deshacerse del guardia que vigilaba. Después, apuntaron con ellas a los cuellos del resto, y los despertaron. El grupo tuvo una gran confusión al encontrarse con aquellos seres.

Oyeron que uno de ellos dijo algo en un idioma sibilante. Por la respuesta, debió de ser una orden, porque aquellos saurios los agarraron con una enorme fuerza, y los levantaron del suelo rápidamente.

-¿Por qué no intentas algo? -se dirigió Silvan a Eléndil.

-Tranquilo. Deja que suceda así. Podremos ver al lugar donde nos llevan, y descubrir algo más sobre esta isla, y sobre donde se encuentra la piedra. Cuando llegue el momento, actuaremos, si Éaguer no lo ha hecho antes.

En cuestión de segundos, todos estaban atados de manos, y desprovistos de sus armas. Hecho esto, los saurios los instigaron a avanzar con ellos a través de aquella selva, en la que sólo seres como ellos eran capaces de orientarse durante la noche.







Poco después de llegar, Gúnnar dejó a sus amigos Éric y Jim, para ir a ver a su rey. El enano pidió audiencia con el Rey Króthar, el rey del clan de los enanos pelirrojos.



-Gúnnar Ódegaard, dime… ¿que tema quieres tratar conmigo?

-Su majestad, como sabéis… Ízmer mandó dos ejércitos a atacar Longoria.

-Sí, y tengo entendido que estuvieron muy cerca de lograr su cometido. Algo que no lograron debido a la ayuda de los elfos.

-Ahora se propone atacar a los elfos silvanos.

-Y…

-Tras “La Batalla de Longoria”, los altos elfos, los longorianos, y los elfos silvanos acordaron en una alianza que se ayudarían en tiempos de guerra, pero la anterior batalla está tan reciente, que el número de las tropas de sus ejércitos es muy limitado. En el fondo, todos saben que sería muy precipitado ayudar a los elfos silvanos en este momento, por ello en una reunión realizada en Longoria se acordó enviarnos a los distintos miembros del grupo que buscamos las Dragonstones, en busca de ayuda. Es por eso, que ahora estoy aquí.

-En principio, es un tema arduo, pero se lo plantearé al Gran Rey Vólgart mañana. Tú vendrás conmigo, pues se ha convocado una reunión tras tu llegada. Algunos pretenden erigirte como jefe de los dos ejércitos nórdicos.

-Sería un honor para mí, pero no me creo capacitado.

-Lo estás Gúnnar. Así que te espero mañana allí.

-Allí estaré.



Jim y Éric, mientras Gúnnar fue a ver al Rey Króthar, fueron a vender el oro que el kender recogió en el río Ígn. Jim estaba acostumbrado a ello, de modo que ya había hecho algunos compradores asiduos. Con todo, no terminaban de fiarse de él, pues era un kender, y se decía de ellos que desconocían el miedo, que eran allanadores, inquietos, aventureros, expertos en cerraduras, que tenían una gran curiosidad, y sobretodo, que eran ladrones.



A pesar de ello, los enanos codiciaban los metales y las piedras preciosas, y las joyas; así que no se podían resistir a un poco de oro en polvo y varias pepitas. A cambio, Jim conseguía una buena bolsa de monedas, que le servían para vivir una temporada.



El alegre kender de vivos ojos marrón miel era algo más bajo que los enanos, pues medía un metro con veinte centímetros, y su largo y liso pelo castaño claro se distinguía entre tanto enano por su color, y debido a que lo llevaba recogido como todos los de su raza, en una cola alta de caballo. Además, al contrario que los enanos, que eran gruesos y robustos, los kenders eran delgados y de aspecto juvenil; y sus orejas eran puntiagudas como las de los elfos. Jim se enorgullecía de las suyas, por ello, las llevaba adornadas con aros de plata.


Una hora después, los tres amigos se reunieron de nuevo. Gúnnar decidió a aprovechar las horas que estuvieran en el reino zenoriano de los enanos, para mostrárselo… sobretodo, a Éric. De modo, que los llevó a recorrer las ciudades de los dos clanes que existían en su reino.







Los bárbaros, al igual que los enanos, estaban divididos en clanes, sin embargo, éstos se dividían en tres: el clan de los yenai, bárbaros que sobrepasaban todos el metro con noventa, de constitución delgada pero fibrosa; el clan de los krogaas, bárbaros robustos y gruesos, y en el caso de los hombres, con largas barbas; y el clan de los yumerios, clan al que pertenecía Tristan, bárbaros de enorme musculatura.



Tristan y la pareja de ángeles estaban llegando a Barbaria. El hábitat de los bárbaros estaba constituido por una zona cubierta de nieve, rodeada por pequeños picos montañosos y un reducido bosque. En ella vivían, en aldeas algo separadas, los tres clanes.

La primera aldea era la de los yumerios, de modo, que Tristan se dirigió directamente a su casa. Éstos a diferencia de los otros bárbaros hacían sus casas de madera; y eran muy parecidas a las de los vikingos. Los yenai las hacían de piedra con tejados de paja y madera… y los krogaas, hacían chozos de madera cubiertos con pieles.

Llevó a los dos ángeles consigo. Sin embargo, se acercó sólo a la puerta… y llamó, mientras Láslandriel e Ilene esperaban, algo retirados. Cuando ésta se abrió, una maciza, aunque esbelta y hermosa mujer, cubierta de pieles, de cabellos rubios, apareció ante el bárbaro.

-¡Tristan! -exclamó, mientras abrazaba a su esposo con todo su amor.

-¡Freya! -exclamó a su vez el bárbaro, mientras elevaba y besaba a su mujer, al mismo tiempo que le daba una vuelta sobre sí mismo.

Ella al ver a los acompañantes de su esposo, se ruborizó y le pidió que la bajase.

-¿Quiénes son?

-Son unos amigos. Después te explico. ¿Y nuestros hijos dónde están?

-¡Bian, Rhénn, venid! ¡Vuestro padre ha vuelto!

Al instante, aparecieron corriendo dos niños. El mayor debía tener seis años, y había heredado el pelo castaño de su padre, y los ojos marrón miel de su madre.

El menor tendría unos cuatro años, y tenía el pelo rubio de su madre, y los ojos azul claro de su padre.

-¡Papá! -gritó Rhénn, que llegó primero. Tristan, tras darle un beso, jugueteó con el pelo de su hijo, mientras este se abrazaba a su pierna.

-¡Cuánto has crecido! Bueno, la verdad es que ha pasado casi año y medio desde que me fui.

Entonces apareció el pequeño Bian. Tristan al verlo aparecer, lo esperó con los brazos abiertos. Después, lo tomó sobre uno de sus brazos y le dio un beso mientras éste se abrazaba a su cuello.

-Esperad, mirad, os traigo regalos.

Tras entregárselos, les presentó a sus compañeros, y todos entraron en la casa.



Tristan, daría comida y un techo bajo el que dormir a sus amigos, mientras permanecieran allí.



Cuando oscurecía, en la cena, les explicó quienes eran éstos, y el motivo por el que había regresado. Su familia le prometió guardar el secreto sobre la identidad de sus amigos pero, también se apenaron mucho al saber que solo se quedaría uno o dos días.

Tras la cena, el bárbaro le dijo a su mujer que se iba a la taberna de Jéenak; e invitó a Ilene y Láslandriel a ir con él. Pero éstos se negaron… Prefirieron ser discretos.



Ésta se encontraba justo entre las aldeas bárbaras. Estaba construida a modo yumerio, pues Jéenak lo era.

En ella, se encontraban los tres clanes bárbaros.

Tristan se alegró de volver a encontrase con algunos, pero no tanto con otros.

Los bárbaros pasaban el rato contando sus vidas y sus historias en la taberna, mientras bebían. A algunos les gustaba echar pulsos, mientras los demás los alentaban o apostaban.

Tristan buscó a un krogaa, en particular.

Cuando lo encontró, le pidió que mañana lo llevase hasta Húlkaar; el líder de los krogaas, y líder también de los tres clanes bárbaros.

Éste le dijo que solo lo llevaría ante él, si le vencía en una pelea sin armas. Así, que no tuvo más remedio que aceptar; de modo, que la taberna se convirtió en el escenario, y los bárbaros en el público. Se apostaban rondas de bebida… y cenas los que aún no habían comido.

Los golpes iban y venían de un bárbaro a otro. Los dos sangraban… y aunque el krooga tenía más resistencia, Tristan se valió de su fuerza y experiencia para vencer; logrando así su objetivo.






El grupo del príncipe Isilión no pudo ver mucho más, porque de pronto, se vieron sorprendidos y acorralados por un grupo no muy numeroso de gnomos, armados con hachas y espadas.

Éstos pudieron pillarlos desprevenidos, porque uno de sus dos poderes era el de volverse invisibles a voluntad. El otro era el de teletransportarse a algún lugar que antes hubieran visto.

Eran muy parecidos a los enanos. Físicamente, se diferenciaban sobretodo, en la altura y en el color de su piel.

Los gnomos eran algo más bajos. Su estatura era equiparable a la de un kender. Además, no eran gruesos, sino delgados… y sus narices, aunque igualmente prominentes, eran más alargadas y caídas hacia abajo; y que no decir de sus orejas, semejantes a las de los duendes, puntiagudas, grandes y abiertas, pero mucho más rudas, que las de éstos.

Su piel estaba más curtida y bronceada que la de los enanos, debido principalmente a que la mayoría de los últimos permanecían la mayor parte de sus vidas bajo tierra.

En cuanto a su personalidad, era más acentuada que la de ellos. Eran mucho más tercos que éstos, les gustaba mucho más los metales preciosos y las joyas, sobretodo el oro, por el que sentían un especial interés, y eran mentirosos, chismosos y tramposos. Aunque también eran grandes inventores, y trabajaban la roca casi también como los enanos.



Isilión, Alan, y los dos elfos fueron llevados prisioneros a un pequeño calabozo; sin poder explicarse o defenderse.










En la isla de Lásgarot, Silvan, Kevin, Eléndil, Lana y el guardia que quedaba fueron llevados a un campamento saurio situado en una zona de la selva menos densa. Los metieron a todos en una gran jaula, y poco después fueron visitados por el líder de aquel lugar, un Króxigor. Era un saurio también, aunque medio metro más alto, de piel mucho más oscura, con un cuerno sobre la nariz y con una cola llena de púas de hueso. Además, no utilizaba una lanza como arma, sino una gran hacha, que al contrario que las lanzas de los saurios hechas de madera y hueso, estaba hecha de madera y cobre.

-¿Aqué habéiss venido aquí? -les preguntó.

Todos se sorprendieron al oír hablar aquella criatura. Hasta ahora, todos los que habían oído; habían utilizado un idioma propio, pero aquel ser les habló en su misma lengua, aunque algo ininteligible.

-No te diremos el motivo por el cual nos encontramos aquí. Si es lo que quieres saber -le respondió Eléndil.

-¡Ahh ssííí, puess entonces te haremoss hablar anciano! ¡Ssoldadoss, ssacadlo deaquí! Veremoss sissigue sinhablar cuando setenga que enfrentar a la alfombra debrazaass!

-¡Pero maestro! -se lamentó Lana.

-Contente. No debemos utilizar nuestros poderes hasta averiguar donde guardan la piedra -le susurró el mago.

Dos saurios sacaron a Eléndil de la jaula y lo llevaron ante la alfombra de brazas.

-Anciano, habla ahora o tendrass quecruzarla.

-No hablaré -se reafirmó el mago.

Como se negó, tuvo que cruzar un suelo lleno de brazas descalzo. Simuló dolor al cruzarlo, pero lo cierto fue que no se quemó.

-¡Haconsseguido cruzar laalfombra de brazaass! -se sorprendió uno de los saurios.

-Ya lohe vissto. Mañana loss llevaremoss ante el Gran Slann. Que él decida que hacer con ellos.

Una vez de vuelta a la jaula, Lana le preguntó:

-¿Cómo lograste cruzarlas?

-Olvidas que soy piromante de nivel cuatro y elementalista de nivel tres; controlo los elementos: tierra, agua, fuego y aire. Pero sobretodo, el fuego.









A la mañana siguiente, Gúnnar y el Rey Króthar se encontraban en la reunión. Allí, además, se hallaban presentes: el Rey Húllker o rey del clan de los enanos rubios, el líder del ejército de los enanos pelirrojos, Hélrik; el líder del ejército de los enanos rubios, Sizaik; y el Gran Rey Nórdico, Vólgart.

El Gran Rey se dirigió a los presentes:

-Todos sabéis que el motivo de esta reunión se planteó en la anterior. Ahora que Gúnnar ha regresado, es el momento adecuado para decidir si él será jefe de ambos ejércitos. Así, que sin más preámbulos, pasemos a la votación.

Sizaik, ¿cuál es tu voto?

-En contra.

-Hélrik, ¿y el tuyo?

-A favor.

-Bien, los líderes ya han dejado clara su postura; ahora pasemos a los votos de los reyes.

Húllker, ¿tu voto?

-En contra.

-Króthar, ¿cuál es el tuyo?

-A favor.

-Dado que el resultado ha sido empate. Mi voto decidirá la votación… -Gúnnar estaba expectante, ya que el voto del Gran Rey no sólo decidía si sería nombrado jefe; sino que mostraría si Vólgart confiaba en él, o no-. Y, mi voto es… a favor, por supuesto. Gúnnar Ódegaard, acércate. En este momento quedas declarado jefe de los dos ejércitos nórdicos. Y, Sizaik y Hélrik te deben obediencia -al instante los dos líderes de los ejércitos nórdicos se inclinaron para venerar a su nuevo jefe.

-Gran Rey Vólgart estoy muy agradecido, y prometo estar a la altura de mi puesto. Quiero aprovechar para plantear el motivo de mi vuelta.

-Espera Gúnnar. Déjame a mi. Aún soy tu rey; y mi deber como tal es plantearle la situación -Króthar sabía que el tema a tratar era delicado.

-No sólo es tu deber, también es tu responsabilidad -le aclaró Vólgart.

-Su majestad lleva razón. Su señoría… tras “La Batalla de Longoria”, Ízmer pretende mandar sus ejércitos contra los elfos silvanos. Gúnnar ha sido enviado desde Longoria, en busca de nuestra ayuda.

-¡Pero esto es el colmo! ¡Como se atreven! ¡Los longorianos conocen nuestra empatía hacia los elfos!

-¡Cálmate Sizaik! -le ordenó Húllker.

-Escucha Gúnnar, este tema ni siquiera se debatirá. Ninguno de los ejércitos nórdicos acudirá en ayuda de los elfos. Tu primer deber como nuevo jefe de éstos es hacer llegar la noticia a Longoria. Pero como tu deber también está con ellos, tú deberás acudir a ayudar a los elfos silvanos. Queda terminada la reunión -terminó diciendo el Gran Rey de los Enanos Nórdicos, Vólgart.









Tristan había llegado a la gran choza dónde vivía Húlkaar. Él y el krogaa que lo llevó hasta el líder de los bárbaros, habían salido temprano para evitar las primeras nieves de la mañana. A pesar de ello, una ventisca se les vino encima poco antes de llegar hasta el líder krogaa.



Húlkaar se alegró de ver a Tristan. Pero también reventó a reír, al ver las caras tanto del yumerio como del krogaa. Ambos, tenían la cara hinchada y llena de moratones por los golpes de la noche anterior.

El líder bárbaro lo escuchó y pensó durante un rato su decisión. Al final, decidió que sólo enviaría al clan de los yumerios a ayudar a los elfos silvanos. Dejó en manos de Tristan y su consejero, el krogaa que los acompañaba, dar la noticia a Ghakan, el líder de éstos..

Cuando terminó la ventisca, el consejero krogaa y él fueron a verlo. Una vez que el líder yumerio supo la noticia, el kroga se marchó. Tristan le contó entonces que dos ángeles, muy amigos suyos, lo habían acompañado, y que ahora se encontraban en su casa. Y, que además también había viajado con un enano nórdico, un kender, y uno de los chicos de la profecía; que ahora se encontraban en el reino enano, también en busca de ayuda.

Húlkaar tomo conciencia de lo delicada que era la situación, al saber todo aquello. Y, le dijo, que le dijera a los dos ángeles que estuvieran preparados porque mañana mismo partirían hacia el pie de los picos nórdicos para reunirse con sus demás amigos, y la ayuda enana… si es que la había; y después, dirigirse a ayudar a los elfos silvanos.



Tristan regresó a su casa inmediatamente, y le contó todo a los dos ángeles y a su familia; e intentó aprovechar al máximo cada momento que le quedaba junto a los suyos.











A Isilion, Alan y los otros dos elfos, de nada les sirvió contarle a los gnomos el porqué se encontraban allí. No los creían, porque pensaban que los elfos nunca les pedirían ayuda. Con todo, incluso de haberlos creído, decían que no se molestarían en ayudar a los elfos. No les tenían ningún aprecio. Y además, aquella era una lucha de poderes en la que según ellos no debían intervenir. Asimismo, se encontraban muy bien donde estaban, aislados del mundo. Vivían en sus cosas, en su mundo, ajenos a todo lo que les rodeaba.



Isilión sabía que los gnomos podían llegar a ser muy testarudos; por eso, no insistió más en pedir su ayuda. Con lo que no contaba era con que los volvieran a encerrar.
Así, que debía encontrar algún modo para salir de allí. Debía volver con su esposa que esperaba un hijo… con los suyos… para ayudarlos en la batalla.







Cuando menos lo esperaban, un gnomo apareció de pronto dentro del calabozo… se había teletransportado, y llevaba consigo las llaves de la puerta.



-Tomadlas y escapad. Los guardias están dormidos. Les he puesto un somnífero en la bebida, y no despertarán antes de que amanezca. Os esperaré en el bosque… algo más hacia el interior de donde os atraparon.

-Pero, ¿por qué nos ayudas? -le preguntó Isilion.

-No hay tiempo para preguntas. Alguien podría aparecer por aquí, si os demoráis. Os esperaré donde os he dicho -el gnomo desapareció de la celda, ante sus ojos, en un pis pas.

Los elfos y Alan no perdieron el tiempo, y abrieron la puerta. Por fortuna, lo que les dijo era cierto; los guardias dormían como recién nacidos.

Sigilosamente, como estaban acostumbrados a moverse los elfos, escaparon de los calabozos. Alan no tenía la visión nocturna de sus compañeros, pero procuraba no separase mucho de éstos para moverse por el lugar con cierta garantía.

Finalmente, pudieron adentrarse en el bosque sin ser vistos. Un poco más adelante, sintieron unas pisadas sobre el musgo, pero no lograron ver a nadie. De pronto, los pasos se acercaron hasta ellos… y de repente, apareció el gnomo que antes les había ayudado.

-Perdonadme. Me había vuelto invisible por si acaso. Si no recuerdo mal, antes no me presenté. Hola a todos, me llamo Guizbo.

viernes, 9 de enero de 2015

Capítulo 32 de Dragonstones 1









EN BUSCA DE AYUDA





Éric, Tristan, Gúnnar, Ilene y Láslandriel habían recorrido un largo trayecto desde que partieron de Longoria.



Sus monturas estaban fatigadas… y ellos también necesitaban descansar un poco. De modo que cuando llegaron al río Ígn, hicieron una parada.

Allí se encontraron con un kender, una de las tres razas medianas de Shakával, llamado Jim, que buscaba pepitas de oro en el río. Como ellos, su intención era ir a Nordia para venderlo a los enanos. Asi que como pronto hicieron buenas migas, se unió a ellos en su viaje.



Para llegar a Nordia, no tenían más remedio que adentrarse en el bosque oscuro… un bosque maldito, sobre el que se escuchaban numerosas leyendas.



Cuando llegaron… el kender fue el primero en adentrarse en él.



Al igual que los demás de su raza, desconocía el miedo.



Tras él entró Éric, el intrépido aventurero; luego, Láslandriel e Ilene… y por último, los nórdicos Tristan y Gúnnar, que como habían oído muchas de las leyendas sobre él, siempre lo habían evitado, rodeándolo por el este.









En Silvanya, recibieron a Susan y Alan con mucha alegría, hasta que supieron el motivo por el que habían ido a visitarlos.

-Si Eldaron está en lo cierto, debemos encontrar toda la ayuda posible. Ya hemos derrotado a sus ejércitos una vez; así que Ízmer enviará nuevos ejércitos, aún más temibles, si cabe -se pronunció Almare ante su yerno.

-Deberíamos ir a visitar a los duendes y a los gnomos… quizás nos ayuden -propuso el príncipe Isilion.

-Es una buena idea. ¿Pero quién iría? -preguntó Máblung.

-Tú no puedes ir, general. Debes quedarte aquí junto a tu ejército, por nuestra propia seguridad. Y mi hija, la princesa Mialee, tampoco… dado su avanzado estado. De modo, que sólo quedáis vosotros tres -indicó el rey silvano.

-Si me lo permitís, preferiría quedarme junto a la princesa -expresó Susan.

-Estoy de acuerdo. Agradecerá tu compañía.

-En este caso, sólo quedamos tu y yo, Alan -dijo el príncipe elfo.

-Si estás de acuerdo, muchacho, enviaré dos guardias para que os escolten por el bosque.

-Por mi, no hay problema -dijo el marinero.

-Entonces, está decidido. Mañana mismo iréis a visitar a nuestros pequeños amigos.







El grupo formado por Silvan, Éaguer, Eléndil, Lana y Kevin había zarpado en un barco desde el reino de Lipos, dirección a Lásgarot. Con ellos viajaban muchos de los soldados longorianos, y además, Yúnik, el pequeño dragón de Kevin.

En un año, las cosas habían cambiado mucho… Lana había pasado de ser una aprendiz de ilusionismo de nivel uno (magia básica), a una de nivel dos (magia intermedia), gracias a su esfuerzo y a su maestro. El viejo y arrugado hechicero, de cabellos largos, lisos y blancos, y ojos marrones, sólo se había separado de su pupila en una ocasión, desde entonces. El motivo, la celebración de un cónclave de túnicas grises y blancas. Eléndil, líder de los últimos, tuvo que asistir y representar a los suyos, frente a Bermelión, el líder de los primeros.



Tras un viaje tranquilo, ya que en esta ocasión Kevin no se mareó, y no se encontraron con ninguna criatura en aquellas aguas; pronto llegaron a la isla de Lásgarot.







El valentoso kender avanzaba a pie al frente del grupo. Armado con una daga sujeta a su cinturón, y su jupak, un arma creada por su raza, que consistía en una vara de sauce acabada en su extremo superior en un tirachinas, y que disponía en su extremo inferior de una pieza de cobre acabada en una punta afilada. Además de estas armas, Jim llevaba un zurrón de cuero, en el que guardaba entre otras cosas… su lebrillo para buscar oro, un saquillo en el que llevaba las brillantes pepitas del preciado metal y diversas joyas, y un cartucho también de cuero, donde guardaba varios mapas. (Todo, las cosas que llevaba en su zurrón, las joyas, y los mapas… era robado; aunque los kenders preferían llamarlo “prestado”, pues para ellos robar era una deshonra).

Eran muy singulares, pues también eran unos manitas con las cerraduras, gracias a la colección de ganzúas que llevaban en sus zurrones.

Junto a Jim, montado en su unicornio, iba Éric, ahora con el pelo algo más largo que hace un año, a media melena como Kevin; y justo después, avanzaban caminando, la pareja de ángeles.

Láslandriel tenía que tener especial cuidado con su túnica de color celeste (su capa con capucha era del mismo color), porque el suelo estaba lleno de raíces que sobresalían de la tierra con las que podía rasgársela, o incluso, tropezar. El guapo ángel llevaba en estos momentos, la cara al descubierto; su siempre joven y dulce rostro, su larga melena blanca y lisa, y sus claros ojos azules llenos de luz…

Su iluminado rostro, junto a su figura de un metro con ochenta y cinco cubierta con túnica celeste, y sus blancas alas… en contraste con el entorno del bosque oscuro, resultaba tranquilizador, y era como una luz que los guiaba a todos en aquella tenebrosidad.

Con Ilene sucedía algo parecido, aunque sus ojos eran marrón miel… su larga melena rubia brillaba como el oro de su armadura, compuesta por coraza, hombreras, antebrazos, coderas, taparrabos, cartucheras y rodilleras.

Medía un metro con ochenta, y vestía con una capa con capucha blanca, una minifalda de terciopelo rojo, rematada con bordes blancos, y unas botas altas, hasta medio muslo, de piel marrón oscura.

El grupo lo cerraban Tristan y Gúnnar, que montaban su robusto caballo y su menudo pony.



Conforme se adentraron en el bosque, el terreno se volvió encharcado… e hizo aparición una leve niebla…

Pronto, se encontraron con dos menhires clavados en el suelo, llenos de runas, a modo de puerta, y con algo colgado de la rama de un árbol.

-¿Alguien sabe que significa esto? -preguntó el bárbaro.

-Las piedras nos advierten que está maldito por una magia negra muy antigua… y que a partir de aquí no debemos seguir; y lo que ves ahí colgado, sirve para ahuyentar los malos espíritus -contestó Láslandriel.

-Soy el que menos deseo atravesar este bosque… pero los elfos silvanos necesitan que consigamos ayuda; y ya que estamos aquí, voto por seguir adelante -dijo Gúnnar muy decidido (el bárbaro lo miró, no muy convencido).

-Vamos, sigamos. Tengo que vender mi oro a los enanos. ¡Seguro que es emocionante! -los instó el kender.

-Aunque no estoy tan convencido, pienso igual que él -dijo Éric.

-Entonces, sigamos adelante -propuso Ilene.



Cruzaron aquella especie de entrada, y continuaron. Durante un largo rato no ocurrió nada; sólo que el terreno se volvió tan seco como al principio, y la niebla desapareció. Ahora, el suelo estaba cubierto de hojas; y aunque en cualquier parte de Shakával era primavera, aquí parecía ser otoño, pues las de los árboles estaban mustias.

El bosque era cada vez mas espeso, pero a pesar de ello, pudieron ver que estaba anocheciendo.

El grupo llegó a pensar que ya no les ocurriría nada. Pero, sin ellos saberlo, los árboles, gracias a sus ramas, le estaban robando algunas de sus armas… sólo les dejaron el jupak, los escudos y la lanza. Además, los árboles que tenían las raíces prácticamente fuera de la tierra… se desplazaban, cerrándoles el paso y dirigiéndolos hacia donde querían.

-¿No habéis oído nada? -preguntó Éric.

-No -contestó Jim.

-Pues yo he oído algo. ¡Mirad, son los árboles, se mueven! -les indicó.

-Toda esta parte del bosque se mueve. Intentan dirigirnos hacia algún lugar -le corrigió Ilene.

-No debimos cruzar esos menhires -murmuró Tristan, mientras al igual que sus compañeros se dispuso a coger su arma.

-¡No tengo mi hacha! -exclamó el enano.

-¡Nos han quitado las armas y no hemos notado nada... ! -dijo el bárbaro.

-Yo aún conservo mi jupak.

-Y yo, mi lanza -dijo Ilene.

-También, conservamos los escudos -constató Éric.

-Y nuestra magia -intervino Láslandriel.

Los ángeles intentaron abrirse camino con ella, pero los árboles respondieron de forma inesperada. Sus troncos, ahora tenían rostros que gritaban furiosamente.

Pasaron a la acción… los persiguieron y los atacaron con sus ramas. Ilene y Jim se defendían con sus armas, mientras huían, al igual que los demás.

Al final, llegaron al centro del bosque.

Allí, en un gran claro, había un gigantesco árbol totalmente blanco, casi sin hojas, con un tronco enorme… Jim pensó que ni aunque todos lo abrazaran al mismo tiempo, podrían rodearlo. De sus ramas colgaban las armas que antes les habían arrebatado, y el suelo de alrededor, estaba cubierto de huesos de todo tipo de animales.

El grupo pudo ver entonces un pequeño conejo correr hacia él… éste lo agarró con una de sus ramas, y se lo llevó hacia sus raíces, que se abrieron y se lo tragaron. Tras succionarle la vida, expulsó los huesos fuera.

-Ahora ya sabemos porque los árboles nos dirigían hacia aquí. Este bosque tiene vida propia… y ese parece ser su señor -indicó Gúnnar.

-¡Has acertado! ¡Y ahora vosotros me entregaréis la vida que tanto anhelo! -dijo el Señor del Bosque.

El grupo no sabía que hacer… los árboles los rodeaban en un círculo que se iba estrechando entorno a su señor, de modo que tenían que retroceder.

Enseguida, el gran árbol blanco los tuvo lo suficientemente cerca para agarrarlos… sólo se escaparon los ángeles y Éric. Los primeros se protegieron con un aura que creó Láslandriel, en la cual las ramas no podían entrar; y al muchacho le sucedió algo parecido. Su unicornio negro, gracias a su cuerno, creó un aura similar a la que creó el ángel.

Cuando el tenebroso árbol se disponía a tragarse la primera de sus víctimas, un tremendo temblor sacudió la tierra…

Los árboles que rodeaban al gran árbol blanco, se apartaron despavoridos, y ante ellos apareció un imponente gigante de seis metros, que acababa de golpear con su garrote la tierra.

-¡Ah no! ¡No me arrebatarás a éstos! ¡Mis hijos han hecho una excelente labor conduciéndolos hasta aquí!

El gigante corrió hacia el árbol, y los ángeles y el unicornio de Éric no tuvieron más remedio que apartarse, rompiendo así su concentración y las auras que habían creado.

El coloso le arrebató al enano, que ya tenía casi un pie introduciéndose en las entrañas del árbol, y le golpeó el tronco con su garrote. Jim, Tristan y las armas cayeron al suelo… el gigante les dijo entonces que las cogieran y huyeran en sus monturas… que después el los alcanzaría.







Y así fue...







Más tarde, les contó que solía acudir allí para arrebatarle los animales al árbol blanco, y así, alimentar a su familia.


Cuando salieron del bosque, se toparon con los picos nórdicos; unas colosales montañas nevadas, donde vivían en grandes cuevas, los gigantes y los cíclopes.



Allí pasarían la noche.







Al día siguiente, dejaron a sus enormes anfitriones y llegaron al reino nórdico de los enanos. Allí se separaron… Gúnnar, Jim y Éric se quedarían, y Tristan, Ilene y Láslandriel, se dirigirían a Barbaria. Pero antes, pasarían por el reino humano de Nordia.







El príncipe Isilión y Alan, escoltados por dos guardias silvanos, habían marchado a visitar a los duendes y los gnomos. Salieron en cuanto amaneció; los tres elfos en sus unicornios, y el marinero en su caballo.

Éste último, antes de partir, pudo ver como otros subían a las sillas de dos hermosos halcones gigantes, para dirigirse a las montañas de estas aves; para montar una pequeña atalaya, donde poder vigilar la llegada de posibles enemigos.





Al principio de su viaje, vieron un magnífico y gran ciervo blanco. Isilón le dijo a Alan que no era habitual verlo, y mucho menos por aquella zona del bosque, porque normalmente solía estar en los límites de éste con las montañas de los halcones gigantes. Le contó también, que ver aquél ciervo traía buena suerte, así que seguro que conseguían la ayuda de los gnomos y los duendes.



Siguieron atravesando el bosque iluminado, y un rato después, justo antes de llegar al río cristalino, se encontraron una dríade. Estaba unida a su árbol (su vida dependía de la de él), con parte de las piernas hundidas en el tronco de éste. Era fascinante, de una belleza única… su cuerpo era verde savia, su pelo… una agraciada melena formada por hojas verdes, sus ojos rasgados… verde clorofila; todo en ella, hasta sus orejas puntiagudas, era hermoso, y a la vez tan irreal…



… Incluso su ropa, de color marrón, formada por un corpiño hecho de la corteza de su árbol, y una falda hecha también de las hojas caídas de éste.



El príncipe silvano bajó de su unicornio y le preguntó por los duendes y los gnomos. En lugar de contestarle, a la dríade, en un acto mágico, le aparecieron por completo las piernas, y se separó de su árbol. Cogió entonces, el rostro de Isilion con una de sus manos y lo estudió.

-Eres un elfo. Vosotros amáis los árboles y la naturaleza en general… Eres un amigo. Te diré donde se encuentran los duendes; pues los gnomos nunca los he visitado. Cruza el río, y busca el lugar del bosque donde el río yuln se une al río cristalino, y allí los hallarás -terminó diciendo, con su grácil voz.

-Gracias por tu ayuda, dríade.

-No me las des. Sólo seguid cuidando los árboles, como lo habéis hecho hasta ahora -le dijo mientras volvía de nuevo al suyo.

-Lo haremos -afirmó mientras subía a su unicornio.



El grupo cruzó entonces el río cristalino.





Poco después, llegaron al lugar que le indicó la dríade. Pero no vieron duendes por ningún sitio.



En los árboles, escondidos en sus ramas, se encontraban vigilándolos. De pronto, se vieron sorprendidos. Los atacaron con dardos somníferos que escupían con sus cerbatanas, logrando su propósito. Todos cayeron de sus monturas al suelo, momento que aprovecharon para atarlos con unas cuerdas hechas de seda mágica irrompible.

Luego, los trasladaron cerca de allí. Los llevaron donde ellos vivían, y los sujetaron al suelo mediante estacas a las que amarraban las cuerdas.



Los duendes eran unos seres diminutos que medían unos veinte centímetros. Tenían las orejas puntiagudas, grandes y abiertas, aunque elegantes y estilizadas; y los ojos rasgados… que como sus descuidados cabellos, que solían llevar a media melena, podían ser de cualquier variopinto color… aunque siempre el de sus ojos era el mismo que el de su cabello.

Solían vestir de verde o marrón, y casi siempre llevaban una caperuza.

Tenían poderes mágicos (podían amansar a las fieras y monstruos, con la música de sus flautas y ocarinas, y comunicarse con los animales, sobretodo con los pájaros), amaban la naturaleza, sobretodo a los animales, y se decía de ellos que eran el espíritu del bosque.

Vivían en los árboles. Hacían sus casas entre las raíces de ellos… y la entrada de ella, al pie de éstos; allí se encontraban las ventanas y la puerta de la entrada a su casa.

Una escalera hacia abajo, conectaba esta sala, donde se recibía a los invitados, con el resto.





Cuando los miembros del grupo despertaron, estaban rodeados de duendes por todos lados, que los amenazaban con hondas, arcos, lanzas etc.

Éstos seres eran desconfiados por naturaleza, y atacaban a cualquiera que irrumpía en su territorio, pero el príncipe Isilión asumió su posición y les explicó porque habían venido. Decidieron creerlo, y los soltaron. Por último, acordaron ayudar a Silvanya cuando fuera atacada, algo que sabrían porque serían avisados por los pájaros.

Una vez les devolvieron sus monturas, el grupo se marchó a buscar a los gnomos.





Buscándolos por el bosque iluminado, se encontraron con algo que no esperaban. Ya casi no se creía en su existencia, debido a que eran muy difíciles de ver.

Había muy pocos… y no se mostraban siempre; porque preferían pasar inadvertidos.



Ante ellos apareció un hombre-árbol de más de tres metros de altura. Parecía uno más del bosque, pues su piel era de corteza, pero además, sus dos piernas y sus dos brazos tenían apariencia de ramas; sin embargo, tenía manos y algo semejante a pies, aunque no tenía cuello. En su cabeza, vagamente se distinguían los ojos, las cejas, la nariz, la boca, y las orejas.

Se decía de ellos, que vivían miles de años, que protegían a los árboles, como un pastor a su rebaño, y que eran solitarios, lentos y pacíficos.

-¿Qué buscáis en esta zona del bosque? -le preguntó.

-Disculpa por adentrarnos en tu territorio. Buscamos a los gnomos, y como no sabemos donde viven, hemos llegado hasta aquí, buscándolos -respondió Isilion.

-¿Por qué queréis encontrarlos?

-Para pedir su ayuda en la batalla que está por llegar. Un mago elfo oscuro pretende atacar Silvanya, con alguno de sus ejércitos.

-Bien, os diré donde viven, y quizás nosotros también os ayudemos.

-¿Has dicho vosotros? -preguntó Alan, intrigado.

-Sí… Yo soy Jahnk, y no soy el único hombre-árbol que existe, aunque ya somos pocos. Sube si quieres a mi hombro, y te lo mostraré.

Alan se acercó y trepó por la espalda hasta alcanzarlo.

-Mira hacia el norte, y los verás.

Hizo lo que le dijo, y vio en la lejanía, moverse en el bosque, a varios hombres-árbol más.

-Es increíble -dijo… y tardó un rato en bajar de su hombro.

-Seguidme. Os dirigiré hacia los gnomos.

El grupo lo siguió a través del bosque, hasta que Jahnk se detuvo.

-A partir de aquí, seguiréis sin mí. Prefiero no acercarme más… si me ven, se asustarán. Seguid todo recto, y enseguida los encontraréis.